Destacados

Migrante en Trinidad: resignada a vivir con miedo

Jocelyn es una joven de 23 años que se vio forzada por la pobreza a migrar hacia Trinidad y Tobago, como otros 24 mil venezolanos, según Acnur. El suyo ha sido un camino de espinas y solo piensa en volver

Publicidad
Trinidad Migrantes venezolanos

«Trinidad no es bonito, en realidad es un país feo».

Es lo que dice Jocelyn, refiriéndose no solo a la geografía de la isla en la que reside desde 2019, sino a las experiencias vividas como migrante desde el día que decidió no seguir pasando hambre en Cumaná, la capital de Sucre, un estado donde más de 90 por ciento de la población vive en pobreza.

Jocelyn no es su nombre, es el pseudónimo que eligió para poder contar la historia que vivió desde que se vio forzada por las circunstancias a irse a Trinidad y Tobago, una historia de la que su familia en Cumaná no es consciente.

-No se lo digo a mis papás para que no sepan que no estoy bien, suficientes preocupaciones tienen y además cuidan a mi hijo.

Ella quería un trabajo, un sueldo que le permitiera mantener a su hijo y ayudar a la familia. También soñaba con ser cantante. Mientras vivía en Cumaná formaba parte de un grupo de teatro en su comunidad y entonaba canciones en una iglesia cristiana.

Tiene 23 años de edad, pero se siente vieja. Siente que ha vivido mucho en los últimos cinco años. Sobre todo desde que las presiones de la pobreza la obligaron a tomar la decisión de dejar a su hijo en manos de sus padres y lanzarse al mar en busca de dinero.

El plan nunca fue irse a Trinidad y Tobago. En 2018 tenía un novio con quien pensaba migrar a Chile. El viaje sería de tres: su hijo estaba incluido. Pero tuvo problemas con la cédula de identidad y con las huellas dactilares de su pasaporte y su entonces novio no pudo esperarla. La pobreza presiona tanto que no hay tiempo para esperar.

-Lastimosamente no pude solucionar lo de mi cédula y mi pasaporte hasta ahora. Y no pude irme. Entonces continué mi vida en Venezuela, luchando diariamente con la ayuda de mis padres y haciendo todo lo posible para que a mí hijo no le faltara nada. Realmente fue muy fuerte.

Luego llegó el desespero: en ese entonces, con 18 años y siendo madre soltera, el panorama lucía desolador. Un amigo, compañero en la iglesia cristiana le ofreció apoyo. La opción que le puso sobre la mesa fue viajar a Trinidad y Tobago. Él le daría casa y comida mientras ella lograba algo de estabilidad y la ayudaría a conseguir un trabajo. Al menos esa era la intención.

Necesitaba 300 dólares, un morral con lo indispensable, viajar hasta Delta Amacuro y allí montarse en un bote desde Tucupita, atravesando el mar hasta Trinidad. No sonaba fácil en ese momento. Y no lo era.

Tampoco es fácil hoy para nadie.

-Busqué el dinero de todas las formas posibles, hice rifas, pedí préstamos. Solo pensé en irme trabajar, reunir y volver en cuatro meses. No pensé en que sería peligroso o por todo lo que tendría que pasar, simplemente quería irme ya. No pude hacerlo con mi hijo porque no contaba con el dinero. Entonces reuní la mitad y mi amigo me ayudó con la otra mitad. Eso lo tenía que pagar al llegar allá.

La travesía: un infierno en el mar

La noche que se fue en bus desde Cumaná hacia Tucupita no pudo dormir en el camino: los nervios hacían estragos en la mente y el cuerpo de Jocelyn.

-Al llegar a Tucupita no podíamos ni hablar y todo había que hacerlo rápido porque los del bote nos esperaban por una zona oculta en un monte. Allí estábamos a las seis de la tarde y en total éramos como 30 pasajeros para un solo bote. Yo iba al frente del motor y los combustibles. Empezamos por el río. Hacía demasiado frío. Fueron tres horas de viaje en río y sin luz, llegamos a eso de las 10 de la noche a un lugar donde viven los indígenas y solo hay chozas pequeñas en palos. Nos quedamos ahí hasta que los que organizan el bote nos avisaron que era hora de cruzar. En ese momento ya tenía un día y medio sin comer por los nervios… Hay personas que duran hasta una semana ahí.

El aviso llegó a las doce de la madrugada. Jocelyn se montó en la embarcación y tragó grueso al pasar por Boca Dragón: el oleaje era fuerte y sabía que muchos botes zozobraban en el lugar: “Pasamos eso, gracias a Dios, e hicimos parada en un barco al que le dicen barco fantasma. Hay personas que hasta tienen que dormir ahí y se ven todos los guardias costeros de Trinidad alumbrando a ver si logran capturar a algún migrante. Por eso tienes que mantener la cabeza abajo, para que no te vean”.

Los botes llegan a Trinidad, pero los pasajeros deben lanzarse al mar y nadar hasta la orilla: “Pánico, eso es lo que se siente. Las olas eran muy altas y yo soy pequeña de estatura, entonces subí mis manos para llevar mi bolso y una ola me llevó y me tumbó. Todos corrían, hasta que alguien me ayudó. Corrimos y corrimos hacia la casa de un contacto de quienes llevan el bote. Teníamos que estar ahí hasta que llegara un taxi que nos buscara rápido. El miedo era que llegara la policía y nos llevara a todos. Se hicieron las 5 de la mañana cuando salí de ahí, de Chaguaramas, hacia a mi destino, a la capital”.

No era

A finales de 2021 Acnur estimaba que 24 mil venezolanos habían decidido migrar a Trinidad y Tobago: la mitad de ellos ingresaron al país en condiciones irregulares. En enero de 2018 Jocelyn se lanzó al mar. Y fue justo ese el año cuando el gobierno trinitario inició el proceso de deportaciones masivas, según contó el ex diputado opositor Carlos Valero en una entrevista para la BBC.

La primera experiencia de Jocelyn en Puerto España fue similar a la de otros migrantes forzados. La oferta de casa y trabajo por parte de su amigo no fue como la esperaba. En medio del deslumbramiento que sintió al poder ver comida, chucherías y productos a los que podía acceder con relativa facilidad, la joven que en ese momento tenía solo 18 años terminó en la calle luego de que la echaran de la casa de su amigo apenas a las dos semanas de su llegada.

Trabajo tampoco fue fácil de conseguir. Así que tuvo que trabajar en bares, de madrugada. El pago de renta la obligó a mudarse unas cinco veces y a trabajar limpiando casas durante el día y en bares durante la noche. La situación fue intolerable. La depresión la arropó y a los cuatro meses decidió volver a Cumaná con los suyos. Pagó 200 dólares para regresar y en sus bolsillos solo tenía 20 dólares al poner pie en Cumaná.

Aunque estaba en casa y junto a su hijo, el hambre volvió a hacer estragos. Sus padres, empleados públicos, no ganaban lo suficiente y ella no lograba encontrar un empleo. Se le hizo obvia la decisión: debía volver a Trinidad a como diera lugar y esta vez intentar ganar más dinero para ella, su hijo y su familia. Así que un año después de su primer intento, en enero de 2019 volvió a embarcarse, otra vez sin papeles y ahora por Güiria y sin tanto miedo. La travesía no fue traumática, pero lo que vivió desde entonces sí.

¿Volver? ¿Vivir así?

-Cuando regresé a Trinidad quise hacer todo diferente, tenía esperanzas de que me fuera bien. Lastimosamente, un día trabajando le di una cachetada a un trinitario que intentó agarrarme una nalga. Me golpeó tan duro que me dejó un moretón tan grande en la cara que no pude salir por días, ese fue el primer abuso.

En ese segundo viaje fue más consciente de la cantidad de mujeres que estaban en condición de prostitución en la isla: “Nunca en Venezuela vi tantas mujeres y niñas prostituyéndose en la calle, era demasiado”.

Fue en 2019 cuando se hizo evidente la tragedia migratoria hacia la isla, con el hundimiento de dos embarcaciones en abril y mayo de ese año, dejando como saldo más de sesenta personas desaparecidas en altamar.

Jocelyn se hizo novia de un venezolano que la ayudó a lograr algo de estabilidad. Pudo aprender inglés y conseguir mejores empleos, eso le permitió mandar dinero a Venezuela de forma más constante. Todo parecía marchar sobre ruedas, hasta que en 2021 quedó embarazada. Lo que pudo haber sido motivo de alegría se convirtió en otro drama.

-Si uno no tiene 100 dólares para ir a una clínica en Trinidad, debe ir a hospitales y allí la atención a los venezolanos es cruel. Estando embarazada me sentí mal, tenía cuatro meses de embarazo y cuando llegué, me aislaron diciéndome que tenía covid, me dijeron que mi bebé estaba muerto y pasaron tres días dándome Cytotec. Fue horrible”.

Cytotec es un medicamento elaborado por Pfizer. Se trata originalmente de un protector estomacal utilizado en casos de úlceras, pero su principio activo, llamado misoprostol produce contracciones en el útero. Es decir, a Jocelyn le provocaron un aborto.

Poco después de este trago amargo vino lo peor para ella: “Mis padres no lo saben, pero poco después de esto me hicieron un secuestro, me golpearon y me violaron. Los hombres de Trinidad son obsesivos y estoy segura de que fue mi jefe, donde trabajaba, que me vendió”.

Su pareja la ayudó a sobreponerse, a recuperarse del pánico de vivir en la isla y a retomar la vida: “Nos mudamos de sitio, conseguimos varios trabajos y hemos reunido algo de dinero para un negocio”.

Ha limpiado casas, pasado madrugadas repartiendo tragos en bares, ha sido dependienta de tienda y también obrera en fábricas y construcciones. Antes soñaba con cantar profesionalmente, ahora solo quiere reunir algo para tener una base con la cual vivir en Venezuela. Está enfocada en regresar: “Tengo miedo de que me pase algo y no pueda volver a ver a mi hijo y estar con él”.

Su hijo ahora tiene ocho años: ha pasado la mitad de su vida lejos de su mamá.

Publicidad
Publicidad