Cine y TV

María Carolina Santana: “El sonido puede llegar a impedirnos cualquier tipo de reflexión”

"Sound of Metal", una película dirigida por el estadounidense Darius Marder cuyo personaje central es un baterista que empieza a perder la audición, ganó dos premios Oscar: por mejor edición y mejor sonido. En el equipo que se encargó del sonido está la venezolana María Carolina Santana, con quien conversamos desde París

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La noticia fue el oasis en medio de nuestro desierto: como parte del equipo de sonido de «Sound of Metal», la venezolana María Carolina Santana se ganó un Oscar (Mejor sonido). Luego de emigrar a Francia tras graduarse del colegio y de estudiar la ingeniería de sonido hasta desmenuzarla, su trabajo -que incluye créditos en «El oficial y el espía», de Roman Polanski; «El cuervo blanco», de Ralph Fiennes; y «Van Gogh, a las puertas de la eternidad», de Julian Schnabel- dio pie para que el país sonría por momentos. Apenas tiene 31 años, así que queda camino para que nuestros oídos gocen su magia.

-Desde los 17, has vivido en Francia: sea estudiando o haciendo carrera. ¿Crees que sea necesario emigrar para que algún venezolano que quiera participar en las industrias culturales –el cine, la música–, tenga las herramientas para lograr un buen proyecto?

-Creo que no. A lo mejor el emigrar conlleva a cuestionarse, enfrentar lo desconocido, algo que siempre va a llamar a la parte artística de uno. Por lo menos en mi caso, en la forma que yo existo, mis respuestas venían de ahí: de cómo llevo mi vida cuando tengo algún cambio o una nueva realidad. De cierta forma, tener que salir de mi zona de confort me llevaba a utilizar el arte para poder avanzar y conseguir caminos.

El artista es artista donde sea. A lo mejor hay algunos lugares que son propicios para que eso se dé o no. Y momentos en la vida también. Pero siento que a lo mejor nuestra cultura sí sembró alguna semilla en alguna parte para que sea muy común que los venezolanos existamos por el arte.

-¿Te has sentido como una embajadora de la venezolanidad, siempre has aspirado que tus premios y logros representen a Venezuela? ¿O te consideras más bien, muy humildemente, una venezolana muy talentosa en esta área, así como hay otras en el resto del mundo?

-Yo creo que esto ha sido más una sorpresa, como un regalo de sentir que de alguna forma volví a conectar con los venezolanos y con mi país con algo que me llenó y por lo que he estado trabajando por tanto tiempo. Y eso lo agradezco mucho y siento que es muy bonito. Un trabajo en el que yo me sentí muy implicada personalmente y que llegó a resonar con gente en Venezuela, no me lo imaginé.

-Varias venezolanas distribuidas por el mundo que trabajan en cine se han aliado para hacer una asociación de cineastas mujeres llamada JEVA. Tienen como particular misión que se den a conocer los derechos de las mujeres que participan en estas cuestiones y evitar que se vulneren. En tu experiencia como mujer en esta industria, ¿cuán fundamental te parece este tipo de iniciativas?

-Crear conciencia siempre es muy importante. A lo mejor la palabra es lo que siempre se está buscando en el arte: cómo nos expresamos, cómo nos comunicamos también. Y también a lo mejor es la responsabilidad de un artista que refleje o haga espejo de una sociedad, de lo que está sucediendo en ese momento, de poder hacerlo desde el campo. Son realidades que suceden realmente en todo tipo de profesión, de diferentes países y de diferentes maneras, pero sí es importante poder hablarlas y conversarlas y abarcar algo más de lo que es nuestra profesión. Es importante cuestionarse como sociedad.

-Mucha gente acude a la música para comunicarse cuando las palabras no bastan. Pero en «Sound of Metal» pareciera que la música puede llegar a ser más obstáculo que puente para comprendernos. ¿Es posible que lleguemos a sobrevalorar la música en ocasiones? O, digamos, ¿cuán necesario es el silencio a la hora de entendernos?

-Me encanta que hables de eso porque han sido varias personas las que me han hablado del silencio en la película, no tanto de la parte sonora. Y siento que fue el verdadero reto para nosotros, que trabajamos todo el tiempo con sonido y con música. De alguna forma también nos escondemos detrás de eso. Yo creo que eso fue algo que aprendí muchísimo de la comunidad sorda y que me motivó a estudiar la lengua de señas: cómo dejar espacio para que nazca la música, de alguna forma. Fue algo que realmente inició este proyecto, porque lo primero que hicimos para desarrollar esta película fue ir a una cámara anecoica en donde estábamos completamente aislados de ruido, y comenzamos a conectarnos más con nuestros sonidos internos para crear desde ese silencio. Es uno de los temas que se tocan en esta película: el sonido puede llegar a convertirse en ruido e impedirnos cualquier tipo de reflexión.

-¿Pudiésemos ver en el implante coclear de Ruben, el protagonista, una especie de parábola sobre las redes sociales, los celulares, aquellos artefactos que si bien nos facilitan a llegar a más información, en ocasiones pueden confundirnos más y aislarnos en el mundo?

-Completamente. Todo ese tercer acto buscaba hacer realmente eso. Pasamos mucho tiempo oyendo simulaciones de implantes y analizando cómo iba a ser toda esa parte técnica para lograr ese universo, que debía ser completamente surreal para él. No solo hablo de la crueldad del mundo o de lo que se puede transformar, también de esa disonancia con lo que uno no logra aceptar: ¿qué pasa en nuestro ser interno cuando nos aferramos tanto a regresar a lo que fue, que no podemos conciliar nuestra realidad con lo que nosotros creemos? Entonces ahí viene la destrucción de un ser interno, pero desde un punto de vista auditivo.

-Las primeras palabras que leemos / vemos en la película, es el “Please kill me” que tiene Ruben tatuado en el pecho. Una frase muy importante, pues la depresión es cada vez más palpable como enfermedad colectiva en nuestra sociedad. En contraste con la frase, la película nos muestra razones para ir más allá que sobrevivir en la película. ¿Crees que el cine o el arte en general tiene el deber de luchar contra estados de melancolía, contra querer rendirse, cuando se duda de la importancia de la vida?

-Creo que es una de las fuerzas de esta película, a pesar del cuestionamiento interno que genera. Es de esas películas que te cambian, que te hacen alguien diferente cuando sales de la sala, porque nos movió algo por dentro o hizo que nos preguntemos algo sobre nuestras vidas. Y lo interesante de esta película es que toca temas muy importantes como lo son la adicción, la codependencia en las relaciones de pareja, la identidad. Y se ve todo desde un punto de vista realista, pero a la vez con esperanza. No es ese romanticismo de que todo va salir bien, sino que la vida es lo que haces, pero también lo que uno la hace ser. Ese camino no es fácil, es una lucha interna, es un encuentro consigo mismo por el que debería ir todo el mundo. Siento que eso es lo que busca decir la película.

-¿Quiénes son tus referentes? ¿Qué figuras de la música o el cine han inspirado tu camino?

-A quien regresé muy seguido en este proyecto, alguien muy conocido, fue a Walter Murch (director y editor de sonido). Para mí, trabajaba de la misma forma que como lo hicimos en la película. Combinaba mucho y entendía lo que era combinar muchas disciplinas. Eso para mí lleva a la empatía, lleva a entender cómo se colabora, cómo se hace arte colectivo. Porque yo sé la implicación que tiene el corte de la edición de la imagen, la edición del sonido, la vista de un director. Creo que resonó conmigo muchísimo en esta película porque fue un proyecto muy colaborativo, en el que se combinaba mucho la edición de la imagen con el sonido. En las películas se suelen disociar mucho: se hace toda la parte de edición de imagen, después viene la parte de sonido y no hay comunicación entre esas etapas. Esta diferencia me apasionó muchísimo y me hizo pensar mucho en él, en esa vista integral que tenía sobre estas colaboraciones.

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