Crónicas de Alberto Veloz

La Navidad caraqueña también cambió

La algarabía de la Navidad caraqueña era impresionante, se llenaban las calles y comercios con miles de compradores de los “estrenos”, regalos, pinos canadienses y cuanto adorno navideño existía. A eso se unía la alegría contagiosa de los conjuntos de parrandas y gaitas con furruco, tambora y cuatro así como los patinadores y feligreses que madrugaban para asistir a las misas de aguinaldo

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La Navidad es época propicia para afianzar el amor, la amistad, la comprensión, la paz, y esto se expresa deseando dicha y prosperidad a la familia, a los amigos, olvidando desencuentros, haciendo votos para ser mejores personas y deseando mucho éxito en el año que pronto va a comenzar.

En el mundo católico se festeja el nacimiento del Niño Dios y la fecha signada es el 24 de diciembre, una semana antes que finalice el año, según el calendario gregoriano por el cual nos regimos, impuesto por el papa Gregorio XIII en el año 1582.

Pero el hombre siempre marca las fechas importantes de celebraciones con costumbres que, con el tiempo, se convierten en tradiciones. En muchos casos su origen se ha perdido en los anales de la historia.

La algarabía de la Navidad caraqueña era impresionante. Se llenaban las calles y comercios con miles de compradores de “estrenos” de ropa, regalos, pinos canadienses y cuanto adorno navideño existía. A eso se unía la alegría contagiosa de los conjuntos de parrandas y gaitas con furruco, tambora y cuatro así como los patinadores y feligreses que madrugaban para asistir a las misas de aguinaldo

Algunas de estas costumbres permanecen por ser más afianzadas en la memoria del colectivo, otras son pasajeras y algunas desaparecen por moda o situaciones externas.

Las misas navideñas

Si había algo tradicional eran las misas de aguinaldo y las de gallo, costumbre que se ha ido perdiendo aunque se siguen oficiando pero en horarios distintos. Las primeras, por razones de seguridad, dejaron la madrugada para hacerse vespertinas. Con el cambio de horario también se marchó la alegría del canto de los aguinaldos y el ambiente navideño de épocas pasadas.

Igualmente sucedió con la Misa de Gallo que comenzaba a las 12:00 de la medianoche del 24 de diciembre. Con los cantos de aguinaldos, parrandas y villancicos se alargaba bien entrada la madrugada.

Navidad
Misa de aguinaldos en la Iglesia de San Francisco

El periodista y cronista Abraham Quintero Prieto describe así la tradición de las misas de aguinaldo:

“La celebración de las misas de aguinaldo es un privilegio de las diócesis venezolanas desde tiempo inmemorial (tal vez logrado por la diócesis de Caracas y Venezuela en el período colonial). Estas misas festivas, por excepción, se celebran temprano en la mañana entre el 16 y 24 de diciembre, amenizadas con el canto de aguinaldos tradicionales. Quién sabe cuál fue la razón alegada, pero el canto de los aguinaldos es una tradición de veneración al nacimiento del Niño Jesús arraigada por mucho tiempo. Según tengo entendido la única condición fue que las misas de aguinaldo se celebrasen de madrugada. ¿A qué hora? Antes de la salida del sol, a golpe de 5:30 o 6:00 am”.

No solo la pandemia terminó con estas costumbres, sino desde hace muchos años ya la iglesia había adelantado los horarios y la tradición de la medianoche desapareció.

Por supuesto que celebrar este ritual religioso de manera virtual, como está anunciado, no tiene punto de comparación con la presencia física, el calor humano y la alegría contagiante de los aguinaldos.

Escuchemos esta edición especial de aguinaldos, parrandas y villancicos tradicionales venezolanos

Los patinadores, primer anuncio de Navidad

Al llegar diciembre, los jóvenes de toda la ciudad se aprestaban a desempolvar y aceitar sus patines, porque no había actividad más emocionante que la de patinar por las calles de Caracas.

Los que no tenían patines porque estaban dañados, se los habían robado o se iniciaban en el mundo del patinaje, les pedían a sus padres la compra de unos Winchester, Kingston o Unión, las mejores marcas que existían en el mercado para la época.

Los famosos patines Winchester

El indiscutido cronista de Caracas, Aquiles Nazoa, nos da una pincelada de esta lúdica tradición navideña:

“Aquí están los patinadores, primer anuncio de la Navidad en Caracas. Algunos llevan flamantes Kingston bien ajustados al calzado de marca indescifrable; otros míseras «planchas» reconstruidas que se sujetan a las alpargatas con increíbles enredijos de guaral. Todos sin embargo, dicen lo mismo: sus risas, sus canciones, el estruendo de sus ruedas son el indicio más cierto de que faltan muy pocos días para que el Niño Jesús nazca en su Belén de cartón y paja teñida”.

Se armaban grandes grupos de patinadores en todos los rincones de la ciudad. Dependiendo del sector se escogían calles en pendientes, colinas con curvas pronunciadas que hacían la actividad patinadora más emocionante y por ende productora de adrenalina.

Los que no querían correr riesgos patinaban en terrenos totalmente planos. Primero, en el Parque Los Caobos. Luego, en el paseo de Los Próceres o en algunas de las muchas plazas caraqueñas.

Patinadoras en el Parque Los Caobos

Dos elementos fundamentales para mantener los patines: el aceite 3 en 1 para tenerlos “pepitos” bien aceitados y la “llave” con que se cerraban los ganchos delanteros para apretar los zapatos y reducir o agrandar el patín para ajustarlo al tamaño deseado. Algunos tenían unas pequeñas correas para mayor seguridad.

Y siguiendo el mismo tema de la inseguridad en una ciudad como Caracas también existían las bandas de “vaguitos” (prospectos de malandros en aquella época) que se dedicaban a robar patines.

El látigo de los patinadores

El “látigo” era una de la acciones de más riesgo y consistía en una larguísima fila de patinadores que iban agarrados por la cintura uno del otro y a medida que se avanzaba, la velocidad aumentaba. Si no se tenía mucha pericia, los patinadores perdían el equilibrio y se caían al momento de “agarrar” una curva. Debido a la rapidez, la fila humana adquiría un movimiento parecido al de un látigo.

La adrenalina aumentaba cuando ese látigo de intrépidos jóvenes se lanzaba por alguna avenida o calle de bajada muy pronunciada, con el consecuente peligro que al llegar a la parte plana no poder o saber frenar a tiempo y toparse con algún vehículo.

Se recuerdan como peligrosas las bajadas hacia la autopista desde la urbanización Cumbres de Curumo. También Santa Mónica y Vista Alegre o la de la Cota 905 desde el Parque El Pinar y salir a la transitada avenida Páez, por poner algunos ejemplos de los muchos sectores similares que existen en una ciudad como Caracas que es un valle con cientos de colinas.

Una vez culminado el veloz recorrido, había que remontar otra vez la empinada cuesta. Pero, para hacerlo, más fácil se esperaba a que pasara un vehículo para agarrarse a los parafangos, las manillas de las puertas o de cualquier cosa. Muchos conductores se negaban a que los patinadores se asieran a sus carros. En cambio los choferes de camiones se paraban para que todos se unieran y subirlos hasta lo más alto.

Para los lectores que no vivieron esas emocionantes patinatas, simplemente pueden hacer el ejercicio de recordar cualquier bajada pronunciada de Caracas e imaginar el lanzarse en patines de cuatro ruedas sin control, con una velocidad casi desbocada y al final tratar de detenerse.

Los más ágiles sabían frenar y hacer piruetas, pero los que no tenían las dotes de la patinadora olímpica Sonja Henie, casi siempre los frenos eran las rodillas que terminaban con grandes raspones y el jean roto en el mejor de los casos, porque con el simple Merthiolate se curaba el raspón ensangrentado. Diciembre era un mes en el aumentaban las fracturas y los esguinces.

Pan y leche

Robar el pan y los botes de leche del vecindario eran parte del trofeo madrugador cuando los patinadores, armados de suéteres porque “Pacheco” llegaba con fuerza en esos años. Necesitaban “alimentarse” para seguir con ímpetu, aunque en realidad era más travesura que apetito.

Cuando los panaderos portugueses salían a repartir sus productos, esos mismos patinadores del trencito, el látigo, las figuras de bailarines y los raspones de rodilla, se dedicaban a seguir al sidecar donde llevaban la leche, antiguamente en frascos de vidrio o las bolsas de pan recién sacado de los hornos, que dejaban poco antes que despuntara el alba en las puertas de las “quintas”.

Los robos de pan y leche eran de los jóvenes parroquianos, de sus mismas urbanizaciones y barrios, situación que se tomaba como una travesura que solo ocurría unos días antes del 24 de diciembre, la semana fuerte del patinaje en Caracas que coincidía con las misas de aguinaldos en las iglesias.

Para los que no alcanzaban a la provisión de pan y leche, desde la madrugada estaban unas señoras en los alrededores de las iglesias vendiendo arepitas dulces de anís con el consabido cafecito.

La parranda

Otra costumbre de la Navidad caraqueña eran las parrandas de conjuntos de aguinaldos, a lo que luego se agregaron las animadas gaitas con sus letras, algunas de protesta y posteriormente se pusieron de moda los festivales de gaitas intercolegiales.

Meses antes de la llegada de la temporada navideña se organizaban los conjuntos de aguinaldos que practicaban en las casas y colegios. Estas fueron las predecesoras de los conjuntos de gaitas que se conformaron para competir en festivales intercolegiales que rivalizaban en animación y música.

Los tradicionales conjuntos de aguinaldos cantaban en las calles y luego hacían un recorrido visitando diferentes casas donde les permitían el acceso.

Parranda navideña

Casi de manera espontánea se armaba una fiesta y los dueños de casa ofrecían chocolate caliente y alguna que otra bebida espirituosa. No faltaban el ponsigué o el Ponche Crema, así como los bollitos picados a manera de pasapalo.

Escuchemos a la Pequeña Rondalla interpretando el Burrito Sabanero

Festivales intercolegiales de gaitas

Con el tiempo, la gaita en Caracas comenzó a causar furor, especialmente entre los estudiantes de los distintos colegios privados, hasta llegar a casi profesionalizarse y se celebraron varios festivales intercolegiales de conjuntos de gaitas. Actualmente están en receso por obvias razones pandémicas.

Este evento une en fraternidad a los colegios en la temporada decembrina. Sigue siendo una sana competencia musical y cada uno tiene cosechada su fanaticada. No solo es saber cantar, sino también intervienen los bailes con coreografía, vestuario llamativo, juegos de luces con una exigente puesta en escena.

Existe todo un proceso de admisión para ser aceptado como miembro de un conjunto de gaitas porque además de voz también deben interpretar instrumentos musicales como cuatro, piano, batería, tambora y timbales, amén de tener mucho ritmo para estar bien preparados antes de montarse en una tarima.

A continuación una muestra de la destreza coreográfica que deben tener los alumnos de las escuelas que participan en los Festivales de Gaitas Intercolegiales.

Los “estrenos”

Casi un elemento de dignidad y orgullo era el “estreno”, que consistía en comprar ropa nueva para lucir en las fiestas del 24 y del 31 de diciembre.

Esta costumbre tiene un trasfondo de superstición porque el pueblo llano cree que se debe recibir el año con todo el vestuario completamente nuevo o, al menos, si no se puede económicamente, alguna prenda de vestir debe ser de estreno y la ropa íntima femenina de color roja o amarilla.

Así veíamos que los días previos a las fechas centrales de la Navidad, las tiendas de ropa, zapatos y accesorios estaban llenas de compradores apurados y a veces hasta nerviosos, porque entre la compra de la “pinta” para el estreno del 24 y el 31, hacer las hallacas, la ensalada de gallina, planchar el jamón, buscar los juguetes del Niño Jesús, elaborar el pesebre, comprar los regalos de la familia y los del amigo secreto, así como de vecinos, el agobio iba en aumento porque ya no daba tiempo.

Hasta la aparición del Metro de Caracas y los centros comerciales, la Calle Real de Sabana Grande aglutinó a la mayoría de los compradores. Allí estaban las mejores tiendas y las mejores vidrieras.

Compras de Navidad

Esto traía como resultado un volumen inusitado de personas. Las aceras resultaban insuficientes para el número de personas que entonces tomaban la calle y el tráfico se convertía en una locura. Ningún taxi quería pasar por Sabana Grande. Pero eso le daba un ambientazo a la ciudad.

Las visitas en la vieja Caracas

Una costumbre, ya en completo desuso, eran las visitas casi que obligadas, a los familiares, vecinos y amigos.

Generalmente la hora pautada era las 4:00 de la tarde. En esa visita también estaba implícito el intercambio de hallacas, a manera de regalo, y así se cumplía con la atención de dejar un presente al anfitrión, mientras que podían probar las hallacas del familiar o del vecino, quien a la vez, cuando la visita se despedía, le retribuía con otra hallaca que se llevaba para probarlas en casa.

hallacas angotureñas
El intercambio de hallacas era una tradición fija en la Navidad caraqueña. Foto: Archivo de Bienmesabe

En la visita casi con rigurosidad y espíritu igualitario, en todas las casas ofrecían un copetín de Ponche Crema, a veces casero, a veces de Eliodoro, para finalizar con el emblemático dulce de lechosa o el de cabello de ángel. Tampoco faltaba el guayoyito final.

Los bailes de gala de los clubes

Una costumbre muy arraigada entre los caraqueños de alta clase social era asistir a los bailes de gala que ofrecían los clubes más tradicionales como el Club Paraíso, Caracas Country Club, Valle Arriba Golf Club y el Club Campestre Los Cortijos.

De rigurosa etiqueta se celebraban estos bailes animados por las orquestas más importantes, por supuesto Billo´s Caracas Boys, Los Melódicos, la orquesta de Luis Alfonso Larrain, la de Dámaso Pérez Prado y otras para alternar como las de Chuchito Sanoja o Los Peniques.

La Orquesta Billo´s Caracas Boys en el Club Paraíso

Navidad sin Billo, no es Navidad:

Nunca fueron competencia el Club Paraíso y el Caracas Country Club y precisamente para que esto no sucediera el gran baile anual del Country Club se celebraba días antes de Navidad, de rigurosa etiqueta.

Caracas Country Club

En los días navideños, la alegría que caracteriza esta época se festejaba con conciertos de aguinaldos presididos por el enorme árbol adornado ubicado en la recepción del club.

La animación central para recibir el año era en el Club Paraíso, baile que comenzaba a la 1:00 de la madrugada del nuevo año, una vez que se recibiera en las casas.

El antiguo Club Paraíso

Los socios e invitados iban llegando al club de estricta etiqueta, ellos de frac, posteriormente de smoking; y ellas de traje largo, engalanadas con lujosas joyas y estolas de piel. En esa época las madrugadas eran frías.

En los extremos del gran salón de baile del Club Paraíso se colocaban las tarimas para las orquestas, porque la fiesta de año nuevo era por todo lo alto. La sociedad de Caracas se conocía bien entre sí, muchos unidos por lazos familiares, profesionales o de negocios.

Llegado el amanecer del 1° de enero y trajeados de etiqueta con el sol radiante “golpeando” la cara, los fiesteros continuaban celebrando en el hotel Tamanaco que ya tenía preparado un espléndido desayuno y las bebidas para sacar el “ratón”. Allí se encontraban todos los madrugadores de los demás clubes y fiestas privadas de una Caracas donde la diversión estaba a la orden del día.

Recibir el año en los hoteles

Una costumbre foránea que lentamente fue calando en Caracas consistió en recibir el año en los salones de los hoteles de lujo como en el extinto Caracas Hilton, Tamanaco o Eurobuilding.

Las gerencias de estos establecimientos hoteleros vieron un filón comercial en la organización de bailes con cena, cotillón y orquesta para que las familias reciban el Año Nuevo en sus salones.

Una vez más debemos mencionar a la pandemia, y también la situación económica, como los causantes de la casi desaparición de estas animadas fiestas hoteleras.

Puede ser que con la recuperación que se avizora, para un reducido grupo de ciudadanos, se reactiven estos festejos para dar ilusión de bienestar, alegría y buenos deseos por algunas horas.

Esperar el cañonazo en la Plaza Bolívar o enviar por correo tarjetas de Navidad con frases cliché como desear un “próspero y venturoso Año Nuevo” han desaparecido para dar paso a la ingesta de lentejas pasadas las doce campanadas; estrenar ropa íntima roja para tener éxito en el amor y amarilla para la buena fortuna; tener un billete de alta denominación en una mano y en la otra una maleta para que no falten los viajes, lo que significa que las nuevas costumbres también están signadas por la superstición.

Por cierto, armar el pesebre y adornar el arbolito siguen vigentes así como atragantarse con las doce uvas del tiempo, que la superchería dice que si son verdes significan lágrimas y tristezas. Mejor comer las uvas rojas.

Y como pronto va a terminar el año, escuchemos a Néstor Zavarce con su “Faltan cinco pa´las doce”

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