Opinión

La crítica y la burla en el fútbol

En esta entrega, Carlos Domingues analiza la responsabilidad del comunicador a la hora de hacer juicios sobre la actuación de un jugador o un club. "Ponernos límites en la burla no es censurarnos, es respetar. La crítica desmedida destruye", escribe el columnista

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Cuando todos éramos niños, muy niños, era poco importante el qué dirán. Podíamos usar zapatos de colores diferentes, un pantalón que luego nos indignará habernos puesto o aquel corte de cabello que le gustaba a mamá y que ni nos preocupaba que tuviera una pollina enorme.

Luego, en la adolescencia, llegaron las críticas de nuestros padres, en forma de advertencia educativa: “Eso te queda mal”, “no digas eso”, “qué terrible corte de pelo”. Una retahíla de señalamientos que se ciernen a lo largo de los años como parte del reclamo que va a la par con la edad. Muchas son críticas constructivas, pero otras no lo son: son las que entorpecen.

Es importante tener en cuenta algo, como hijos, como padres, como periodistas, como aficionados, como futbolistas, como técnicos: todos tenemos una visión muy distinta de lo que presenciamos, sobre todo cuando estamos confiados de que la opinión de los demás coincide con nuestro criterio. Sin embargo, somos responsables de lo que decimos y lo que generamos cuando expresamos esa idea.

Convivir con la crítica y la opinión es parte del profesional que es personaje público. Es algo inevitable y, más allá de la existencia de las redes sociales de pronta data, nuevo mecanismo inquisidor, la crítica es algo que no es nuevo. ¿Intensificado? Sí, porque ahora las formas de llegar directamente al criticado son mucho más accesibles para absolutamente todos.

La crítica deportiva es la más dura, porque está implícito un elemento difícilmente manejable como la afición, la pasión, el fanatismo. No existe un mecanismo que permita evitar una crítica cuando esa sazón condimenta la opinión, y se convierte en una bola de nieve; una avalancha en un desfiladero cuando es emitida por un comunicador, por un periodista.

A veces olvidamos como comunicadores que tenemos derecho a criticar, pero siempre y cuando la crítica se haga con intención de hacer un cambio y con respeto, sin la intención de humillar, de burlarse. Hay una línea nada delgada, muy gruesa, entre la crítica y la humillación y es preciso tenerlo siempre en cuenta. Como profesional de la comunicación, también se está expuesto al error, por lo que el “no hagas lo que te gustaría que te hicieran” está siempre latente. Además, la difamación es penada.

Me parece muy delicado el manejo que hacemos de la crítica ante los errores de un futbolista, ante los malos resultados de un equipo, ante las situaciones anómalas que rodean nuestro fútbol. Más allá de la prudencia que como humanos debemos tener ante la posibilidad de hacer daño a alguien con lo que opinamos, forma parte del sentido común el manejar la crítica con argumentos válidos, comprobables, sobre todo si son relacionados a errores conductuales.

Ponernos límites en la burla no es censurarnos, es respetar. La crítica desmedida destruye, no sirve para edificar y esa no es la labor de un comunicador. No somos humoristas, somos comunicadores.

Sí es cierto que los que cometen errores deben revisarse, atender la crítica y no dar motivos para que ésta sea más intensa o pase a la burla, porque ahí se está jugando con el fanatismo y la afición de los seguidores. Es un tema de sentido común.

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