Opinión

Idea, práctica y cultura democrática

Ramón Guillermo Aveledo recibió el premio “Valores Democráticos” de la Universidad Católica Andrés Bello en la categoría “Integridad Democrática"

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Cortesía El Ucabista

“La democracia es una filosofía de la organización política y social que da a los individuos un máximo de libertad y un máximo de responsabilidad”, la definición de Eugene McCarthy parlamentario y escritor norteamericano caracterizado por su oposición a la Guerra de Vietnam, me sigue gustando mucho, como la primera vez que la leí en junio de 1968.

Con los años transcurridos desde entonces, cuando venía a empezar mis estudios de Derecho en la Universidad Central que ya son bastantes, le he cambiado “dar” por “reconocer”. La democracia no da libertad y responsabilidad, la reconoce. Libertad y responsabilidad son inherentes a la naturaleza y la dignidad humanas. Y en vez de “individuos”, prefiero decir “personas”, porque somos individuos, ciertamente, pero más que eso, personas.

Gracias a la doctrina y a la experiencia de mi propia vida, me inclino con Maritain “…a pensar que el drama de las modernas democracias está en haber ido a ciegas en busca de algo excelente, como es la ciudad de la persona, y haber levantado en su lugar, erróneamente, la ciudad del individuo, que conduce por naturaleza, a espantosas liquidaciones”.

En todo caso, la democracia es una integridad. Como filosofía, es un cuerpo de pensamiento de una organización política y social. O sea, de organización del poder y la disputa por alcanzarlo limpiamente y de la organización de la sociedad. Es decir, una forma de vida. Esa idea reconoce a cada uno de nosotros, la máxima dosis de esas gemelas inseparable que son la libertad y la responsabilidad: tanta libertad y tanta responsabilidad como sean posibles.

La democracia integral por lo mismo, es política, social, económica. Requiere de instituciones que la hagan viable y de ciudadanos que la vayan construyendo, en cotidiana artesanía. Cada uno y entre todos, diversos, muchas veces contrarios y necesariamente solidarios. Por esa integridad que le es propia, es que esta ambiciosa idea es, así mismo, una idea humilde. Defectuosa realización de personas falibles, siempre imperfecta.

Por eso, claro, está visto una y mil veces, que la soberbia es antidemocrática y lógicamente, la democracia es alérgica a la soberbia. Los italianos hablan del uomo qualunque como sujeto político democrático. Mi paisano Alirio Ugarte Pelayo, que además de político era poeta, tenía entre ceja y ceja el tema del hombre común. Escribió un poema Tiempo del Hombre Común y volvió sobre el asunto en su Canto Irreglar a Venezuela. Civil, ajena a la epopeya de batallas, caudillos y superhombres, la democracia es el sistema político de la gente común.

La democracia es, pues, una idea, una práctica personal y colectiva y una cultura.

Premio Valores Democráticos

El Centro de Estudios Políticos y de Gobierno de la UCAB otorga, cada año desde hace tres, los premios “Valores Democráticos” y el jurado convocado, formado por representantes diversos de la academia y la sociedad civil, ha tenido la ocurrencia generosa de escoger mi nombre en la categoría “Integridad Democrática”.

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Presentación del premio Valores Democráticos. Cortesía El Ucabista

Por supuesto, lo agradezco mucho y me atrevo a aceptarlo en esa conciencia de una integridad democrática que es exigente integralidad de la que siempre somos deudores. Confieso, además, que me conmueve el hecho de que en esta distinción, me precedan el sociólogo salesiano Alejandro Moreno, de inigualada comprensión de la vida en el barrio y mis amigos y maestros Luis Ugalde SJ y Alberto Arteaga Sánchez.

Mi gratitud venezolana y personal a la UCAB y a su Centro de Estudios Políticos y de Gobierno que con tanto celo democrático han creado, organizado y otorgado cada año este premio a la ciudadanía. Al jurado y también a quienes a lo largo de este ya prolongado tiempo como dirigente político, representante popular, escritor y profesor me han ayudado tanto.

En estos últimos once años particularmente, al equipo del Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro. Ellos son los premiados por su labor en defensa activa de la institucionalidad democrática, la efectiva vigencia de la constitución en la formación, el apoyo profesional, los foros y coloquios, la elaboración de propuestas de políticas públicas, la publicación con renovación diaria de nuestra página web y la edición de las colecciones “La República de Todos” y “Cuadernos Constitución y Parlamento”.

Y claro, a mi esposa Amalia, a nuestros tres hijos y a nuestros dos nietos quienes diariamente me dan razones para comprender que el futuro no se puede dejar para mañana, porque es cosa de trabajo presente.

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