Opinión

Fue un buen año... para Maduro

Con nuestras voces, en un marco de respeto, debemos cuestionar a los liderazgos actuales y exigirles den una respuesta clara, que nos ofrezcan una hoja de ruta factible o una estrategia de qué hacemos como sociedad, más allá de enfocarnos en la sobrevivencia

Publicidad

Cerramos 2021 y el balance es positivo… para el régimen de Nicolás Maduro. La sociedad venezolana y las fuerzas políticas prodemocracia cargan con el peso de lo que es a todas luces una derrota. Hay que decirlo sin ambages.

El chavismo, jugando en varios tableros logró en 2021 fragmentar, aún más, a las fuerzas políticas de oposición, llevó adelante unas elecciones que le favorecieron, se sentó o se levantó según su conveniencia de la mesa de diálogo en México, y, jugando en el terreno internacional, fortaleció sus alianzas con países enemigos de la democracia (Cuba, Irán, Rusia y China).

En lo económico, se abrió a las importaciones para paliar la escasez, permitió que el sector privado actuara con mayor margen pero sin darle seguridad jurídica alguna, ha logrado detener -al menos- la caída en la producción petrolera e incluso exportó crudo evadiendo las sanciones de Estados Unidos, prosiguió con la explotación minera ilegal y fomentó, con muy diversas medidas, la creciente informalización de la economía venezolana, un terreno fértil para las actividades en negro que le son afines al régimen.

El Nicolás Maduro que hace tres años, cuando irrumpió la figura de Juan Guaidó como referente para la transición democrática, parecía vivir sus horas finales en el poder, en este diciembre tiene el control de la situación tanto que hasta el gobernante se va de vacaciones.

La estrategia del chavismo no fue meter preso a Guaidó, eso lo habría convertido en un héroe, sino jugar a su desgaste, como de hecho ha ocurrido. Lo cercó, lo limitó, encarceló o exilió a sus colaboradores. Ejerció, a fin de cuentas, como gobierno autoritario.

Guaidó, en tanto, desaprovechó su condición de ser reconocido como líder prodemocracia por la mayoría de países de Occidente para traducir este espaldarazo internacional en poder a lo interno de Venezuela. Aferrado a lo que devino en una figura de ficción, el gobierno interino, terminó siendo mal administrador (no ha rendido cuentas al país) de los fondos públicos que han estado bajo su protección. No hizo esfuerzos consistentes en consolidar una alternativa de poder que fuese genuinamente unitaria, diversa, Nacional con N mayúscula.

Que en enero de 2022 se cumplan tres años de la autoproclamación de Guaidó, de que en el intermedio entre aquello y hoy, sea Maduro quien de facto ejerce la presidencia, sea ilegitimo como lo es, pero es quien tiene el poder. Controla el poder represivo, maneja la hacienda pública según su conveniencia y mantiene apaciguada a la población.

El descontento generalizado que anida entre los venezolanos no encuentra un cause que lo unifique y lo conduzca. Los referentes prodemocracia tales como Guaidó, Henrique Capriles, Leopoldo López o María Corina Machado, no logran conectarse con esa mayoría y catalizar ese descontento.

Prosiguen repitiendo mantras, soluciones mágicas o incluso propuestas que podrían ser sensatas, pero que se hacen desde cada parcialidad, sin capacidad de construir consenso ni siquiera en la cúpula política. Si quienes en teoría dirigen la lucha democrática, no logran ponerse de acuerdo entre ellos para repensarse y reinventar una estrategia común, menos puede esperarse que una sociedad fragmentada, desinformada, en su mayoría hambrienta, pueda constituirse por sí sola en una masa opositora que presione por el cambio.

No me siento feliz al hacer este balance del 2021. Creo que la situación de entronización que tiene Maduro al concluir este año debería espuelearnos más que desanimarnos o deprimirnos.

Está, por un lado, la necesaria reinvención que debe vivir el liderazgo o los liderazgos prodemocracia, todos ellos. Esto debe partir de reconocer que las estrategias y acciones adelantadas a la fecha no han sido exitosas.

Por el otro lado, está el rol que debemos tener activistas sociales, profesionales, emprendedores, lo que podríamos catalogar genéricamente como clase media educada y pensante. Un sector medio reducido, que sobrelleva la crisis con mayor o menor satisfacción, pero que es clave para formar opinión pública.

Con nuestras voces, en un marco de respeto, debemos cuestionar a los liderazgos actuales y exigirles den una respuesta clara, que nos ofrezcan una hoja de ruta factible o una estrategia de qué hacemos como sociedad, más allá de enfocarnos en la sobrevivencia.

Publicidad
Publicidad