Política

Preso por ser estudiante

El hampa anda suelta y pareciera que las autoridades no hacen nada al respecto. En cambio, si los estudiantes salen a la calle a manifestar son detenidos. Quienes vivieron para contarlo, y salieron en libertad, narran la tortura infligida. Torturas que rompen siques

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Una ley que aprueba el uso de armas de fuego para detener las protestas está a la vuelta de la esquina. Aunque en discusión, la resolución 008610 propuesta por el ministro de defensa Vladimir Padrino López aterra e intimida. A vuelo de pájaro, pero no menos desolador, el 2014 tuvo más de 4.000 manifestaciones y según el Foro Penal 3.377 detenciones arbitrarias. El 2015 empezó de mala manera: cobrando nuevas cifras en el número de detenidos y fallecidos. Suma a la lista de luto a un menor de edad caído por un tiro en la cabeza en la manifestación del 24 de febrero en Táchira: el camisa azul Kluiverth Roa de 14 años. También a los siete casos de estudiantes muertos. Un elemento común los concatenan: la vinculación con el centro de estudiantes. Todos murieron amordazados. Los crímenes siguen impune.

Sin embargo, sorprende la gruesa cifra de jóvenes detenidos. La secretaria general de la Federación de Centros Universitarios de la Universidad Central de Venezuela, comenta: “la mayoría de los estudiantes que estuvieron presos comentan que la tortura psicológica en las cárceles es terrible”.

Carlos Hernández con la marca de las esposas

“Un grupo de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) me agarró frente al Centro Venezolano Americano en Las Mercedes. Yo puse resistencia. Los efectivos comenzaron a patearme en el suelo. Intenté agarrarme de una alcantarilla, pero ellos seguían. Allí fue cuando me rompieron la mandíbula”.

Es estudiante del Instituto Pedagógico de Caracas. Tiene 23 años. Después de ser zamarreado la PNB lo dejó en un módulo de la Guardia Nacional Bolivariana. Ellos no sabían por qué lo tenían detenido. Lo interrogaron. Como Carlos les decía que no había hecho nada, le pusieron las esposas —que no le quitarían en dos días. Atado, lo tumbaron al piso y a punta de patadas y botas le destrozaron la cara.

Lo llevaron a la Capilla Fuerte Tiuna. Lo metieron junto a una menor de 14 años. “Una abogada llegó al lugar y pidió que le dieran una habitación a la niña. Se dio cuenta de que la estaban ‘sadiqueando’” comenta Carlos. “Los policías estaban hartos. A ellos les tocaba entregar guardia justo cuando llegué. Me maldijeron. Me arrastraron hasta un cuarto atrás donde lanzaron una bomba lacrimógena y con una servilleta recogieron el polvillo que botaba. Me la pasaron por toda la cara. Me dijeron: ‘si te pones a llorar o a toser te va a tocar feo’. No tosí, ellos sí”.

Pasó la noche en el templo de fe y horror. “Dormir con las esposas es realmente desgarrador”, dice Hernández. Al día siguiente lo llevaron al Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC). Tomaron sus datos. Después a la Morgue de Bello Monte para que un médico lo examinara.

Al final de la tarde entró a “La carpa”, una cárcel en medio del bullicio de Sabana Grande. Su abogado fue Marcelo Crovato y una coordinadora del Foro Penal. Ellos exigieron que les dieran a los estudiantes una celda distinta a la de los presos por delitos mayores. Lo cumplieron. A Carlos lo pusieron junto a los once estudiantes que venían de la ONU en Altamira.

“Yo no sé, pero escuché conversaciones raras entre ellos. Parecía que alguien los había mandado a estar allí. También que habían planeado que los metieran presos. Muchos estaban felices porque iban a salir en el periódico”, comentó Carlos la ambición de titulares.

Más tarde, cuando los abogados se fueron, lo trasladaron a la habitación donde estaban delincuentes. “La celda olía a pies. Llevábamos dos días sudados y sin bañarnos. Los malandros querían que nos metieran a bañar, pero los guardias se negaron”. El joven de 23 años encontró un tema en común con los presos: el país y el rap. A mitad de la noche, antes de que desenroscaran el bombillo y la negrura se apoderara del espacio, le dijeron: “Tu como que eres reggae. Tú debes saber rapear”. Así que en medio del humo de cigarrillos y hierbas empezaron a corear las canciones de “Ardilla” —el rapero del barrio caraqueño “Pinto Salinas”.

Como una anécdota de presidio, rememora: “A mitad de la noche el pran o mandamás de la celda se acercó a mí y me dijo: ‘tengo miedo, mañana me trasladan a Tocorón”. Nadie lo escuchó, solo él. Pero no podía demostrar debilidad.

A la mañana siguiente un militar le escupió: “Es que ustedes no tienen organización. Por eso no nos rebelamos para apoyarlos. De hacerlo recibiríamos de nuestros superiores penas y castigos terribles. Si yo tuviera que volver a nacer y elegir una profesión jamás volvería a escoger esta”.

Lo mandaron al Tribunal de Justicia. Dentro del palacio se armó la sampablera. “En medio de un encontronazo con un guardia nos ordenaron a bajar a todos los pantalones y a ponernos contra la pared”.

Tuvo a la jueza en frente. Ella pidió que le dieran un vaso de agua —ese que llevaba tiempo rogando por su sed ardiente. “La Fiscal me quería dejar en la cárcel y dar sentencia mayor. Pero la jueza dijo que me dejarían con libertad condicional”, asegura.

Carlos Hernández baja las escaleras del Tribunal de Justica y escucha: “mamá lo logramos. Salimos en la primera plana”, coreó uno de esos estudiantes de la ONU que clamaba por fama.

Ricardo Sánchez “te voy a cortar los dedos”

Ricardo

—A mí me agarraron por curioso. Me metí por donde no debía para averiguar si era verdad que los colectivos estaban llegando. Cuando estaba al frente del Banco del Libro, Altamira, me rodearon las motos del SEBIN. Los de verde me llevaron detenido”.

No había motivos para su aprehensión. Ricardo sólo caminaba en cavilaciones de chismoso. Él era el único merodeando la parte sur de la avenida Luis Roche.

—Cómo no sabían si dejarme preso, uno de los policías me dijo: “Mejor lo soltamos ahora, pero vamos a cortarle los dedos, así no fastidiará más”.

En seguida lo “ruletearon” por la ciudad hasta que lo llevaron al Fuerte Tiuna.

—Me pedían que diera mis datos. En eso uno de los policías soltó: “voy a anotar todo en mi libreta porque tu casa la vamos a quemar”.

Cuando se apagó la tensión lo dejaron durmiendo con las esposas puestas en la Capilla de Fuerte Tiuna.

—La verdad es que a mí no me dieron golpes. Todo se trataba del maltrato psicológico. Cada vez que daba un paso te amenazaba.

Él tuvo “suerte”. Su familia no supo nada de su paradero hasta el día siguiente —que lo llevaron al Tribunal. Allí no sabían de qué imputarlo. Le dieron libertad condicional.

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Video hecho por: Alejandro Hernández Vera y Carlos Hernández Vera

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