Crónica

Mi vida con el CLAP: ¿Ahora de dónde viene ese pernil?

A las seis de la mañana una llamada anuncia la llegada del pernil prometido desde Miraflores. La entrega ocurre pasada la medianoche, y hay fortuna. Ahora esa carne viene de Rusia y las cejas se levantan. Ni modo, a comerlo. Clímax presenta una serie dedicada a la cotidianidad impuesta a través de la entrega de comida de los CLAP

pernil
Ilustración: Daniel Hernández | Foto en el texto: Valeria Pedicini
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El teléfono sonó pocos minutos antes de las seis de la mañana. Era jueves 12 de diciembre de 2019. El ruido nos despertó a todos en la casa mientras nos preguntábamos, entre el miedo de una mala noticia y la rabia del sobresalto de un dulce sueño, quién llamaba a esa hora. Mi mamá atendió y, al otro lado del aparato, la voz de la vocera del CLAP sobrepasó el auricular.

“Hoy llega el pernil… Son 30 mil bolívares”. Nos sorprendimos. “¿El pernil?”. En ningún momento nos habían avisado nada sobre algún pernil, puesto en alerta del día para recibirlo o mandado a buscar el dinero, como acostumbran a hacer los del CLAP. Lo usual es que te informen y te apuren, como si todo fuera de vida o muerte, para después tardarse días en entregar los productos. Porque todo es a su ritmo, ese del absoluto desorden.

Al parecer, con el pernil no les interesaba hacer tanto escándalo ni tener a la gente en sobre aviso. Asume uno que es por aquello de que en año anteriores hasta protestas se han armado por el asunto.

A finales de octubre, Nicolás Maduro anunció la aprobación de 11,8 millones de euros para la importación de 13.500 toneladas de cerdo que  este año entregarían a través de los CLAP. «Garantizaremos al pueblo venezolano el alimento que requiere en esta época decembrina», dijo desde el Palacio de Miraflores.

Lleva años prometiendo lo mismo y nunca ha sido una entrega normal, sin contratiempos o sorpresitas. Mi memoria lo confirma.

El año pasado mi mamá estuvo desde inicios de diciembre haciendo la misma pregunta. «¿Tú crees que llegue el pernil este año?». Yo siempre le daba la misma respuesta con fastidio: «No sé». ¿Acaso hay certezas con la gente del CLAP? Nunca. La promesa era que nadie tenía que estar picando el pernil por ahí porque cada familia recibiría “un pernil grande y gordote”. Pero fue eso, una promesa y no más.

—Mami, me tienen que entregar la plata del pernil para mañana en la tarde—dijo la vocera.

—¿Cuánto es?

—500 soberanos, pero entre dos.

—¿Entre dos? ¿Cómo así?

—El pernil lo tendrán que picar entre dos casas. A ustedes les toca dividirlo con el de al lado.

Pernil picado y con quien a ellos les dio la gana. «Ustedes ven cómo lo pican, si van a la carnicería y les piden el favor», soltó la vocera antes de trancar la llamada. Después de días de hacerse los locos sin contestar los mensajes que los vecinos hacían, así fue: un pernil entre dos.

En 2017 la historia fue otra. Nos tocaron la puerta de un día para otro a decirnos que había llegado el pernil. Era 28 de diciembre a las 12 de la noche, casi un juego por el Día de los Inocentes. Yo ya había dado por perdidos los reales que pagamos esa vez, hasta nos vimos obligados a cambiar el menú del 24 con el acostumbrado pernil porque no había ni rastros de él y en las carnicerías de Caracas ni había carne.

pernil

Recuerdo que el día que nos avisaron que había llegado el pernil todo fue bajo perfil, medio a escondidas, supongo que para no llamar la atención de la gente si veían a un gentío cargando un cochino de varios kilos por la calle. Esa vez salimos premiados porque mientras muchos tuvieron que dividir el pernil con otra familia, a todos los de mi edificio les dieron uno completo. Esos años hubo quejas, protestas y hasta saqueos por todas las molestias que trajeron los perniles del CLAP.

“Las sorpresitas” son la razón por la que en mi casa no nos preocupamos ni nos preguntamos por el pernil para esta Navidad. Nos curamos de ese mal, ya inmunes a las “nefastitudes” de los CLAP.

Ese jueves decembrino de 2019, mi mamá me había pedido que saliera temprano del trabajo para llegar a la casa a tiempo y poder retirar el pernil. Llegué “temprano”, pero igual no hizo falta. 8, 9, 10 de la noche. Nada. “Me dijeron que lo van a entregar hoy, a la hora que sea”. Yo me encogí de hombros y seguí sentada frente a la computadora.

A las 12:06 am sonó el teléfono. Mi mamá contestó. “Hay que bajar a buscar el pernil”, al edificio invadido de la esquina. ¿De verdad? Qué ganas de joder. Por lo que me contaron varios amigos, y por las denuncias en redes sociales, no fuimos de los peores: a algunos los despertaron a las 3 am para lo mismo. Me vestí, me puse mi suéter, además de mi cara de culo, y bajé en cholas. Ya no me importaba nada, la arrechera era mayor a cualquier pensamiento lógico.

Todos los vecinos de mi edificio estaban ahí. Ellos y los que viven en los otros apartamentos de la zona. Algunas mujeres hasta bajaron con sus muchachitos en brazos, entre dormidos y despiertos, sin saber qué carrizo hacían en una calle del oeste de Caracas en plena madrugada. ¿Por qué siempre entregan los perniles de noche? ¿Qué esconden? ¿Cuál es el misterio? Ese ha sido el común de todos los años de entrega en diciembre.

Hicimos como 10 minutos de cola en todo el medio de la calle. Nos hicieron pasar a la planta baja del edificio, donde había media docena de motos estacionadas (uno podría sospechar de quienes) y cientos de perniles. Llegó nuestro turno y mi mamá firmó la lista de entrega. Yo me adelanté para cargar el pernil y uno de los señores encargados del CLAP me dice con una sonrisa en la cara:

—Toma, el pernil de Navidad. Da gracias a tu presidente Nicolás Maduro.

No pude ver mi expresión, pero estoy segura que mi mirada casi echó fuego. Por lo rápido que al señor se le borró la emoción del rostro, deduje que se arrepintió de haberme lanzado semejante ridiculez. Una vez más, como siempre que es día de entrega de bolsas de los CLAP, maldije al chavismo. No hay que perder la costumbre.

Al llegar a mi casa, saco el pernil y lo primero que me llama la atención es la etiqueta. Casi todas las palabras en un idioma que no sé qué significan. Leo, leo, leo hasta que encuentro algo que sí entiendo. “País: Rusia”. Aunque algunos representantes del sector agroindustrial habían dicho en noviembre que el pernil a ser distribuido por el gobierno era de producción nacional, la decisión final fue otra. A muchos les tocó Navidad con pernil ruso. ¿Gracias, Putin?

No sé exactamente por qué, pero mi tía siempre dice que no le gusta el pernil de otros países. “El de aquí es mucho mejor”, es su frase. Años anteriores no tuvimos otra opción que comernos los pernil del CLAP, uno que dijeron eran de Portugal y otro de origen desconocido. O no había o los precios eran absurdamente altos. Este año se pudo y en la noche de Navidad comimos cerdo venezolano. ¿Saben qué? Creo que mi tía siempre tuvo la razón.

El pernil que nos entregaron en la casa lo guardamos para enero, para pasar los primeros días de 2020 comiendo arepa o sandwich de pernil. Casi tres kilos, este año no hubo división con nadie y la entrega la hicieron a tiempo, no se esperaron hasta final de año. La discusión ahora es otra. “Hay que estar pendiente porque leí por ahí que vienen contaminados”, expresó mi mamá.

Aunque la Peste Porcina Africana ha estado en Rusia por más de 10 años, es inofensiva para los humanos, leí yo en algún lugar. Es paja. Los que se tienen que preocupar son los cerdos.

De todas formas, las recetas caseras de las doñas nunca faltan. Mi tía le recomendó a mi mamá “limpiar” el cerdo con un limón para quitarle las bacterias. Suena tan poco efectivo que si de verdad vienen con una peste, no creo que un limón nos salve de todo el pernil que le pienso poner a mi arepa en enero.

Seguiremos informando… o quizá no.

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