Política

Guillermo Tell Aveledo: Democracia y liberalismo son conceptos en tensión

El politólogo diferencia democracia y liberalismo, términos que, pese a ser contrarios, están entrelazados desde el siglo XVIII, cuando emerge el concepto de democracia liberal. Clímax presenta «Democracia en crisis», una serie de entrevistas de opinión sobre el papel de la representación política en el siglo XXI

Daniel Hernández
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La democracia liberal pareciera hacer aguas en todo el mundo. Desde los últimos 30 años, la armonía entre democracia y liberalismo empezó a tensarse, tal vez por su origen contrario, antagónico: mientras que una idea apela al pueblo, la otra se refiere al individuo. Su vínculo procede del siglo XIX, como resultado de las grandes revoluciones políticas de occidente ocurridas durante las centurias XVII y XVIII. En la actualidad, el politólogo Guillermo Tell Aveledo hace sus diferencias entre ambos conceptos.

Nuestra aspiración democrática, que es progresiva, no se detiene. La tenacidad de la población de querer vivir con sus derechos, de vivir con mejoras, es una oportunidad

Pero dentro de la democracia liberal se encuentra la semilla de su propia destrucción, que la somete a una crisis perenne, porque al estar sujeta a la coexistencia de opiniones contrarias, al disenso, requiere de instituciones sólidas, de pesos y contrapesos para mantenerse: “Si entre nosotros hubiese quienes desean disolver esta Unión, o cambiar su forma republicana dejémosles tranquilos, como monumentos a la confianza con que puede tolerarse un error de opinión cuando la razón se halla en la disposición de combatirlo”, escribió Thomas Jefferson al empezar el siglo XIX. Ideas opuestas a las de Jean Jacques Rousseau, quien, para el historiador israelí Jacob Talmon, sentó las bases de la “democracia totalitaria”, o el gran consenso en el que no existen contradicciones.

Guillermo Tell Aveledo

Guillermo Tell Aveledo define a la democracia liberal como un sistema en el que la soberanía recae entre los habitantes de un territorio y sus gobernantes tienen limitantes, es decir, una serie de instituciones legitimadas desde la soberanía popular, regular y razonable (el dêmos) “(…) para la selección de los miembros del poder público mediante elecciones regulares, plurales y competitivas”. Un régimen en el que si bien la mayoría decide, la minoría no pierde sus derechos, tal como lo refirió Jefferson, uno de sus protagonistas estelares, en su primer discurso de toma de posesión: “(…) todos considerarán el sagrado principio de que aun cuando la voluntad de la mayoría es la que prevalece en todos los casos, esa voluntad, para ser justa, debe ser razonable; que la minoría goza de los mismos derechos, los cuales se ven protegidos por las mismas leyes, y que violar esos derechos sería una forma de opresión”.

El profesor de historia del pensamiento político en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y de la Universidad Metropolitana (Unimet) explica que la tensión entre democracia y liberalismo cada vez es mayor en la actualidad, pese haber convivido de forma armoniosa durante la posguerra y la segunda mitad del siglo XX. “La democracia liberal, al fin y al cabo, es una amalgama tensa y contradictoria entre la idea de controlar el poder político, especialmente el poder político del Estado, de la monarquía absoluta, y la pulsión por la soberanía popular. La soberanía popular, si es realmente soberana, va a querer más poder. Entonces, también, en la democracia liberal se impone el elemento democrático más avasallante, más mayoritario de esa ecuación”.

Hay en general un descontento hacia la democracia y hacia los partidos políticos

—Y la democracia liberal pareciera hacer aguas con el auge del nacionalismo y una tendencia antiglobalizante. ¿Los autoritarismos de las distopías son el futuro?

—No es tanto así, hay que verlo con cierta sobriedad. Hay una tensión entre el componente democrático, que no siempre es pro apertura, pro limitación del poder, pro tolerancia y derechos humanos; y el elemento liberal que no siempre está dado hacia la voluntad de la provisión. Esos sistemas dependen de ser eficientes en lo económico, porque la aspiración de la población es estar mejor, es estar más próspera. Por eso durante la segunda mitad del siglo pasado se discutía si era mejor tener una dictadura o una democracia para ser desarrollado. Pero desde los años noventa, con el auge del neoliberalismo y las reformas de apertura, los cambios en China, etcétera, ¿qué es lo que ha pasado? Tienes una reversión del Estado hacia más austeridad, hacia menos gasto público, y hasta cierto punto eliminar una de las presiones democráticas de redistribución del ingreso de las décadas previas. Y eso genera en el mundo una frustración que parecía en el crecimiento económico de la década de los noventa de la década pasada, que significaba una mejora de la calidad de vida –somos más eficientes, somos más productivos y demás– pero eso no se refleja en nuestra vida real en las últimas dos décadas, no se siente que todos mejoramos al mismo ritmo. Entonces, las gallinas cantan como gallos, como diría la famosa frase. Estamos en esa revulsión, desde Chile al Líbano. De Beirut a París, y de París hasta Hong Kong.

—O sea, que Latinoamérica también se enmarca en esta etapa.

—Sí, pero es un malestar que no sólo es latinoamericano. Aquí está ocurriendo un reclamo durante una década de mayor democratización, y en los últimos años tuvimos una suerte de reversión de esa dinámica. Y esa reversión fue hacia estas democracias mayoritarias, esa “marea rosa” de la década de los 2000, que dictó pauta en América Latina hacia una mayor retribución del ingreso, pero también derivó en más autoritarismo, siendo además ineficiente económicamente por los resultados de la política redistributiva.

Guillermo Tell Aveledo

—¿Y cómo entramos en ese escenario que describe?

Hay una gran decepción con la democracia: las reformas de la ‘Tercera Ola’ y esa apertura no parecieron dar un genuino poder al pueblo. También hay un gran descontento con las democracias de izquierda de la década pasada, por su incapacidad administrativa. Luego, se suma a esas dos corrientes revulsiva la desesperanza aprendida del latinoamericano: “aquí todo va a estar peor”. Nuestro marco de referencia es uno de mucho cinismo. Latinoamérica es uno de los continentes de mayor cinismo político, lo vemos en Latinobarómetro, en la desafección con los partidos políticos, en el modo en que esos partidos políticos suben y bajan de una elección a otra. No hay partidos estables en América Latina, salvo el peronismo, el peronismo es eterno. Lo que se ve aquí es un gran descontento en el cual, no es que Venezuela haya sido pionera, sino que es parte de ese ritmo. Nosotros nos democratizamos antes y el descontento llegó antes. Pero ahí va llegando esa ola al resto del continente.

Por eso los sistemas democráticos son tan exigentes, porque requieren un consenso que minimice represión, lo cual puede llegar a ser muy difícil

—De hecho, las protestas se parecen mucho a las de hace 30 años en Venezuela. ¿Somos el futuro del continente?

—A veces parece que venimos del futuro y eso por supuesto que da un panorama sumamente sombrío. Pero vamos a estar claros, por una parte, hasta ahora, no parece haber en estas protestas una reacción que indique una dirección autocrática, autoritaria de las mismas. Esa es una posibilidad, que Venezuela sea como un ejemplo, no de liberación de los pueblos, sino de autocratización, que puede ser de izquierda o de derecha, en respuesta al caos, a la sensación de inoperatividad del sistema político, como pasó aquí en los años noventa. ¿Pero qué diferencias o similitudes hay? Tanto en el caso de Pérez, como en el caso de todas estas protestas de América Latina casi todas se dan en un contexto de sistemas democráticos, de modo que las respuestas son peor vistas, porque toda represión en un sistema democrático es peor vista que en un sistema autoritario. En un sistema autoritario se supone que se va a reprimir; esto es normal, ordinario. Por eso los sistemas democráticos son tan exigentes, porque requieren un consenso que minimice represión, lo cual puede llegar a ser muy difícil. El costo de la represión en sistemas políticos autoritarios sólo es tal si estos se avergüenzan o son inefectivos. Lo que pasó en la Alemania oriental hace 30 años no pasó en Nicaragua ni en Venezuela hace dos años. Aquí había una represión desvergonzada. ¿Qué decían el Estado nicaragüense y el venezolano? No importa la condena internacional, yo me las juego.

—Latinoamérica tiene una historia en común: independencias, caudillismo, dictaduras, gobiernos democráticos, tendencias liberales y el auge de la izquierda en los 2000. Ahora, las protestas y el descontento hacia el poder…

—Los que están protestando en Bolivia no están protestando con las mismas banderas que lo que están protestando en Chile o los que están protestando en Haití. Son reclamos distintos. ¿Qué tienen en común? La sensación de desigualdad frente a los poderosos. La sensación de desafección hacia la democracia y hacia los partidos políticos, que es sumamente peligrosa, pero también hacia los canales ordinarios de participación y manifestación de quejas y agravios. Eso es muy serio, y aquí parece que nuestro caso es más avanzado en su decaimiento que en las naciones europeas. Ahora, en el 2012 teníamos unas revueltas terribles en Londres, unos pocos años después en París, y no hablamos de la epidemia europea. El fatalismo latinoamericano nos domina y nos hace ver las cosas completamente negras. Veamos las cosas con un poco de perspectiva y quizá nos hagan ser más sobrios en nuestra aspiración y análisis. Hay en general un descontento hacia la democracia y hacia los partidos políticos. O sea, América Latina sufre de la misma decepción europea occidental con las necesidades del tercer mundo, del mundo en desarrollo, lo que genera una combinación pavorosa, pero no inusual.

Latinoamérica es uno de los continentes de mayor cinismo político. Lo que se ve aquí es un gran descontento en el cual, no es que Venezuela haya sido pionera, sino que es parte de ese ritmo

Transición y alternancia

Las dictaduras militares de mediados del siglo XX vieron su ocaso a finales de los años cincuenta y después de algunos destellos democráticos, muchas volvieron al poder. Lo que hizo que, en palabras del profesor Aveledo, se generaran transiciones incompletas y demandas por una democracia más amplia. “Le pones a eso la crisis por deuda en los años ochenta, las medidas de los noventa y te da ese descontento que da lugar a demandas socializantes que canalizan estas mareas rosas de los 2000. Y esto pasó de forma democrática, no por golpes de Estado. Sólo en algunos casos particulares fue una reversión autoritaria de forma completa: el caso de Venezuela, el caso de Nicaragua, pero no así en el caso de Ecuador, en el caso de Bolivia, donde fue abortado. Tampoco el caso de Brasil ni el de Argentina. Y no estoy negando ni la corrupción ni los abusos de poder de esos gobiernos, pero no eran todos gobiernos definitivamente autoritarios”.

Guillermo Tell Aveledo

La alternancia el poder es otro factor que el profesor Guillermo Tell Aveledo considera a la hora de diagnosticar la crisis política que atraviesa América Latina. “El temor que uno de los dos sectores se quede para siempre. La izquierda colombiana teme que el uribismo sea gobierno para siempre, lo cual no parece que esté pasando. La izquierda brasileña teme que Jair Bolsonaro haya cambiado definitivamente el sistema político, y eso no parece que está ocurriendo, hay visiones que dejan ver que es un tipo más razonable de lo que parece. La nueva oposición argentina y la oposición mexicana temen que se queden allí para siempre los Fernández y el peronismo, y Andrés Manuel López Obrador y Morena, y esto es aún prematuro afirmarlo”.

—Todo parece resumirse en debate entre izquierda y derecha.

—Aquí hay algo que se manifiesta en todo el mundo: el retorno de esas etiquetas políticas, el retorno optimista o el retorno pesimista de esas etiquetas políticas. En el caso latinoamericano siempre está la evocación a la Revolución cubana y, por supuesto, a estos paradigmas de la izquierda continental, pero también la idea de que el Estado es neutral, de que el Estado no tiene ideología, sino que es puramente técnico, que es la vieja etiqueta de los sesenta y setenta, a veces estatista, a veces libremercadista, no era verdad, porque al fin y al cabo tú estás haciendo una escogencia que se basa en mayor libertad o mayor igualdad. La aspiración en realidad, aunque es contradictoria, es simultánea; tú debes procurar la una y la otra, y por eso durante el tiempo más estable de las democracias de América Latina eso funcionaba como el consenso social democrático. Pero eso tiene muchos costos, mucha ineficiencia, y siempre habrá que escoger. De repente lo resolvemos con mayor autoritarismo o con mayor redistribución, pero al cabo de poco tiempo el cuero vuelve a saltar. Eso ha sido así, forma parte de la vida política y de la vida humana. Pretender solucionarlo de manera definitiva acarrea enormes peligros.

La tensión entre democracia y liberalismo cada vez es mayor en la actualidad

—Entonces, ¿la región estará signada para siempre en ese debate?

—No es que Latinoamérica esté signada a ese debate: lo está toda la humanidad. Y con esto no quiero ponerme fatalista o incluso relativizar el asunto, pero más bien decir con cierto cuidado que no hay soluciones perfectas en política. Nuestra aspiración democrática, que es progresiva, no se detiene, pero no quiere decir que nuestro retroceso y nuestros traspiés sean simplemente, como insiste el fatalismo latinoamericano, que eso sí nos caracteriza siempre. No, hay una aspiración constante: la tenacidad de la población de querer vivir con sus derechos, de vivir con mejoras, es una oportunidad. Así ha sido con Europa, ¿cuántas de las democracias europeas actuales lo fueron hace 30, 40 o 50 años? Hay que verlo con cierta humildad y con realismo.

—¿Y en el caso de Estados Unidos?

—Claro, Estados Unidos tiene eso con una visión política más bien antigua en comparación con los demás, que unos dirían republicana en lugar de democrática. Pero también con grandes desigualdades que no vemos porque son de las dimensiones de esa economía. Si uno va a los guetos de Maryland o a los barrios latinos de Los Ángeles, la situación es casi similar a los países del tercer mundo. O vas a las montañas Apalaches, que son sitios absolutamente cavernarios. Así como el Medio Oriente no es Dubái, el mundo norteamericano no son los rascacielos de Nueva York. Estados Unidos tiene una gran producción, pero también su propio modelo se agota, y eso lo vemos a lo largo del tiempo. Ahí están las revelaciones: ese país también es presa del populismo. Hoy está mandando una derecha, pero ya una izquierda reclama un espacio cada vez más agresivo. Ese consenso o esa moderación dura tanto como te dure el fundamento material.

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