Crónica

El “escudo de amor” al que Maduro no le habló

Drones explotaron en un acto en donde Nicolás Maduro daba un discurso el sábado 4 de agosto. Dos días después, sus simpatizantes coreaban su nombre en caminata por algunas calles de Caracas. Honrando el legado del “comandante eterno”, quienes aúpan al presidente anuncian estar dispuestos a inundar las calles de pueblo si un atentado logra derribar a quien despacha en Miraflores

FOTOGRAFÍA: Daniel Hernández
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A Nicolás Maduro casi lo matan. Lo dijo él mismo el sábado 4 de agosto en la noche, cuando afirmó estar protegido por un «escudo de amor» del pueblo. Lo repitió su gabinete durante todo el fin de semana. Lo secundan sus seguidores cada vez que lo vociferaron ante un micrófono desde una tarima en la avenida México de Caracas. Es lunes 6 de agosto y aún los hechos del presunto atentado presidencial no están del todo esclarecidos cuando las calles se han pintado de rojo, y no precisamente de sangre sino de gorras, camisas y banderas que tienen escrito lo que para muchos es una verdad que no se borra con ningún explosivo o atentado: “Maduro somos todos”.

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El punto de encuentro para la marcha denominada «escudo de amor» fue la Plaza Morelos y la hora las 10 de la mañana. Solamente el primero se cumplió. Pasada media hora de retraso y con personas graneadas que salían de las estaciones de Bellas Artes o Parque Carabobo, la calle comenzó a llenarse de a poco. Eso sí, no llegaban solos. Con camisas nuevas –algunos no corrieron con la misma suerte y les tocó usar una roja desteñida–, quienes arribaban no dejaban de sonreír y buscar conocidos dentro de la concentración que de a poco se estaba creando.

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A pesar de que el motivo que los unió esta vez era uno de –casi– muerte, el chavista no luce consternado por lo que pudo haberle pasado al elegido del comandante Hugo Chávez. Desde una tarima, la música no dejaba de sonar. Al ritmo de canciones llaneras, salsa y hasta la voz del expresidente al son de patria, patria, patria querida, los presentes cantaban, bailaban y hasta saltaban.

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A pocas cuadras se producían dos protestas, una de los familiares de las víctimas de la tragedia de Los Cotorros frente al Ministerio Público y otra de maestros del Liceo Andrés Bello, mientras el fiscal general designado por la constituyente, Tarek William Saab, declaraba a los medios que las pesquisas van viento en popa. En paralelo, la fiesta chavista no bajaba el volumen ni los ánimos. Entre un grupo de cinco personas, que soltaban carcajadas estruendosas antes y después de tomarse fotos en la concentración, estaba Dalia Vargas. Con una gorra tricolor, un tatuaje pequeño en su cuello, zapatos de correr y un bolso cruzado, hablaba con total convicción y pasión sobre su apoyo a Maduro. “Nadie me va a decir que no puedo estar aquí, yo estoy con mi presidente”, dijo.

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Vive en Ciudad Tiuna y se trasladó sin ningún problema a la Plaza Morelos para reunirse con sus amigos y celebrar que Maduro aún respira. No repitió la amarga sensación de quedarse huérfana de presidente. Las lágrimas no hicieron falta, pero el susto fue inminente. Ella dormía mientras a Maduro y a su gabinete lo retiraban de la avenida Bolívar por una explosión que interrumpió su discurso al final del acto por el aniversario número 81 de la GNB el sábado 4 de agosto.

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“Al principio no lo creía. Cuando me enteré tuve que llamar y pedir que me explicaran. Yo recibí un mensaje de texto porque no tengo teléfono inteligente, me dijeron que habían querido matar al presidente. Me angustié mucho, pero esperé a verlo en la televisión cuando hablara”, contó con una sonrisa en la casa. Dalia se sintió segura cuando escuchó a Maduro, desde Miraflores, decir que tenía certeza de que le tocaría vivir muchos años. El “todos los años y días que me toque vivir, los viviré para ustedes, compatriotas. Sigan en lucha y combate permanente”, que pronunció antes de cerrar la cadena le devolvió la calma.

Según la versión esbozada por el mandatario, su homólogo saliente de Colombia, Juan Manuel Santos, y el gobierno de Estados Unidos son artífices de la maniobra que buscaba acabar con su vida y su gobierno. Quienes lo apoyan no dudan en afirmar que la culpa de todo es de la extrema derecha. Tanto venezolana como internacional. A pesar de que ambos gobiernos ya negaron estar involucrados con lo ocurrido, ese mensaje no cala en quienes confían ciegamente en Maduro. “Colombia tiene tiempo echando broma. Para mí, fueron ellos y el imperialismo”, comenta Dalia para luego apretar el puño mientras exclama con pasión que, si algo le hubiese pasado a su presidente, no habría dudado en salir a protestar. Su furor es de los que sostiene la idea de que si la revolución cae inicia una guerra civil.

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A pesar de la euforia y el canto unísono de “Maduro, Maduro”, no todos los que caminaban las aceras y la avenida estaban ahí para mostrar apoyo sino porque tenían que atravesar la arteria para llegar a su destino. Fuese cual fuese. Se detenían, miraban a quienes clamaban el nombre del mandatario y continuaban su camino. Una travesía para quien no le ha calado el mensaje oficial. “¿Saben qué está pasando aquí?”, preguntó uno que se atrevió a acercarse a la marejada de gente. “Una marcha en favor del presidente, nos vamos a Miraflores”, le respondieron. El transeúnte se limitó a sonreír tímidamente antes de continuar andando.

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No hay tiempo que perder

El pasado sábado 4 de agosto se produjo un presunto atentado contra Maduro, un “magnicidio en grado de frustración”, como lo calificó el ministro de Defensa, Vladimir Padrino. Hubo dos explosiones, dos drones, mucha confusión, una estampida de militares y una cadena nacional interrumpida de repente.

Quien dio primero la cara luego de la huida de la Bolívar fue el ministro de Comunicación e Información, Jorge Rodríguez, quien aseguró que el mandatario se encontraba bien y que se trató de un intento de asesinato. Luego, el propio maduro le habló el país y anunció que “en tiempo récord” ya los cuerpos de inteligencia avanzaban en las pesquisas, con los primeros seis detenidos.

Dos días más tarde, en la Plaza Morelos y en ruta al palacio presidencial no había duda: la “derecha fascista imperialista y antimadurista” era la culpable. Confianza ciega. Ricardo Estacio estaba parado frente a la plazuela. Su bigote era abundante y su dentadura escasa. A sus 75 años veía la movilización con sus ojos pequeños. Con sus zapatos llenos de tierra y sin indumentaria rojita típica de tales actividades, expuso que tuvo que guindarse a un camión de la basura para poder llegar.

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Vive por la carretera Caracas-La Guaira y tardó una media hora hasta llegar para mostrar su respaldo a Maduro, el sobreviviente. “Creo en el proceso desde siempre y busco venir a todas las marchas que hagan. Le quiero decir al presidente que tiene que cuidarse porque este atentado puede ser una bombita para ver qué tan difícil es matarlo”, alertó el hombre con su rostro más jovial, el que muestra cuando deja de notar el olor que le impregnó su transporte.

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Además, el hombre dice estar preparado por si lo peor llegase a ocurrir. “El miedo lo dejamos debajo de la cobija cuando nos despertamos esta mañana. La solidaridad no tiene miedo. Pertenecer al Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) implica que no hay miedo”. Su lealtad es a toda prueba, pero su crítica se afila. A la Guardia Nacional le critica cómo se rompieron filas el sábado, y no titubea al decir que los uniformados no están lo suficientemente preparados.

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“Dicen que los comunistas no somos religiosos, pero eso es un embuste”, lanzó al continuar su caminata repartiendo bendiciones. Y se desdibujó entre la multitud, una alimentada desde las bocas del metro de Caracas que escupían funcionarios públicos, uniformados como tales, sin cesar.

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Wilfredo Durán trabaja en el Ministerio del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de Gobierno. Tiene 36 años, y es escolta. Aclara, raudo, que el sábado 4 no estuvo en la avenida Bolívar sino en su casa, en Guarenas. “A mí me llamaron para avisarme. Tuvimos que esperar el estatus de todo. Ya cuando me dijeron que los ministros y el presidente estaban bien, me quedé tranquilo”, contó mostrando con orgullo su gorra tricolor con una M de Maduro en el centro, el material POP de la campaña del 20 de mayo.

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A su lado camina Saraih Mosqueda, con sus 22 años y sus estudios de Derecho en la Universidad Santa María a cuestas. Ella también apoya a Maduro a capa y espada. Con camisa blanca y una sonrisa de oreja a oreja, admite que no conoce otra ideología que la instaurada por el difunto expresidente Chávez, y está complacida de creer en ella.

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¿A Maduro lo pueden matar? Ambos responden casi al unísono que “todo puede ser posible”. Wilfredo asume que otros mandatarios, como el saliente Juan Manuel Santos, le tienen envidia a Maduro. Y si el jefe de Estado cae, ambos saldrían a reclamar. “Imagínate cómo estaríamos nosotros. Estamos con el proceso desde Chávez. Si muriera Maduro, las calles estarían inundadas de gente protestando”.

Las banderas de los partidos aliados del chavismo ondeaban con fuerza a medida que la distancia con la tarima se hacía más sucinta. La Milicia Bolivariana flanqueaba la movilización del lunes. Uniformados, intentaban un paso castrense frente a quienes caminaban como podían, superando las barreras de la muchedumbre, o la incomodidad de sostener alguna bolsa de pan. Al llegar esperaban escuchar a su líder, el ileso Nicolás Maduro. “Hoy el presidente se va a dirigir al país con algunos detalles”, anunciaba Diosdado Cabello en plena caminata. Pero el de bigote no salió.

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