Crónica

Cuarentena desde Sídney: “¿Dónde se van a meter todo ese papel higiénico?”

Mientras Rafael Reyes ve cómo los casos de coronavirus en el mundo aumentan y los gobiernos obligan a sus ciudadanos a acatar la cuarentena, desde su hogar en Sídney vive la desesperación porque las medidas de prevención no son tan contundentes

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Rafael Reyes no es quien acostumbra a hacer mercado en su casa. Pero el fin de semana salió en busca de algunos productos que necesitaban, nada de compras nerviosas, y notó la angustia en la gente, la tensión en las calles. Una tensión que no es habitual en una ciudad como Sídney.

Él pensaba que esas cosas no pasaban en Australia, pero la sensación de “fin de mundo” que despierta el coronavirus se ha esparcido tan rápido como el propio virus y llegó a todos lados. Nadie se lo contó. Él mismo vio cómo el desespero de la gente vació las estanterías de los mercados: se llevaron todo el papel higiénico.

«Si nos contagiamos, nos contagiamos todos. Por eso hay que parar esto inmediatamente, aquí están dormidos en los laureles”

Fue tanta la cantidad que las compañías de Australia que producen el papel de baño comenzaron a trabajar las 24 horas para cumplir con la alta demanda. Hacen, hacen, hacen… e igual no se consigue. No es escasez: se repone al día siguiente, sin falta. Pero se acaba en un parpadeo. Si no vas en la mañana, al rato ya no hay.

Rafael lo recuerda y la frase “la gente estaba desesperada, comprando como loca” es lo primero que le viene a la mente.

“¿Dónde se van a meter todo ese papel higiénico?”. Difícil saber.

Sidney
Menos clientes de lo habitual en los puestos de verduras en Sidney, Australia. Foto: AFP

Aunque no solo pasa con el papel, también con la comida: pasta, harina, arroz, huevos, carne molida. Aldonza, su esposa, pasó días dando vueltas en busca de cebollas. Por esto los automercados implementaron un racionamiento en el número de productos que se adquieren por persona y horarios de compra para los ancianos. Ellos, de 7 a 8 de la mañana, son los primeros en entrar, para evitar el amontonamiento y para que puedan comprar lo que necesiten antes de que alguien más se lo lleve.

Para Rafael es palpable la ansiedad por los abruptos cambios en la forma de comprar. “Siento que la gente está frustrada. Si antes ibas al supermercado y comprabas lo que te diera la gana, ¿cómo hacer ahora que no lo consigues? La gente aquí no está acostumbrada a estar yendo de automercado en automercado a buscar papel higiénico. Es una locura, es inconcebible”.

Ahora es más consciente de lo mucho que se toca la cara y de la cantidad de objetos con los que tiene contacto. “Vas tocando cosas, luego tocas las llaves del carro y después el celular… Es una cadena inevitable”

Aldonza fue al supermercado el lunes. Vio a gente exasperada, cargando con grandes e innecesarias compras. Las colas pueden ser tan largas que no da tiempo de hacerlas: empiezan a pocos minutos para las 8 cuando salen los adultos mayores y las puertas quedan abiertas para el resto. Así que volvió en la tarde para ver si tenía más suerte y negativo el procedimiento: “Tengo más de una semana yendo a supermercados grandes, chiquitos y… ¡no hay!”.

En 16 años, el tiempo que tienen desde que emigraron de Venezuela tras el paro petrolero, la pareja jamás había visto una situación similar en Sídney. Vivieron la crisis financiera de Australia, en 2008, pero aseguran que nunca había ocurrido algo de esta magnitud.

Sídney
Un hombre solitario camina por Circular Quay en Sídney, Australia. Foto: AFP

Y claro, una pandemia tampoco es algo que se vive todos los días. “Yo no me esperaba una situación así. No pensaba que la gente iba a reaccionar de esa manera, pensé que iban a ser un poco más racionales. Pero es la naturaleza humana: ante una amenaza, empiezas a comprar una cantidad excesiva de cosas que no tienen sentido”, cuenta el diseñador gráfico.

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Rafael se siente estresado. Le da miedo que los casos de coronavirus en Australia alcancen los mismos niveles que en otros países. En total, en todo el mundo, los infectados sobrepasan los 536 mil. Aunque en Australia la tasa de infección no llega a las mismas dimensiones que en China o Italia -los dos países más afectados- las cifras se duplican a medida que pasan los días. Hasta la fecha, son más de 3.100 en Australia y 13 muertos.

Rafael ve la ciudad adormecida, tranquila. Ha visto las calles desoladas, con menos actividad, con buses y trenes menos congestionados que en días habituales

Hay medidas restrictivas: cierre de las fronteras a los extranjeros con vuelos suspendidos casi por completo desde el viernes 20 de marzo, confinamiento obligatorio por 14 días de cualquier persona nativa que entre a la nación y la prohibición de congregaciones al aire libre de más de 500 personas.

El problema es otro: la cuarentena en Australia no es oficial ni obligatoria, lo que ha hecho que la gente se aísle bajos sus propias consideraciones o posibilidades y que la incertidumbre aumente a medida que los casos se incrementan. Sídney está en tres y dos, no es lo uno ni lo otro.

Sídney
Personas cruzan una calle tranquila en el centro de Sídney. Foto: AFP

Para él, no ha sido suficiente. “Yo siento que el Gobierno no ha actuado contundentemente como ha pasado en otras partes del mundo. Todavía ves gente en la calle, ves gente yendo a las oficinas”. Considera que para frenar el ritmo de contagio hay que parar al país, así sea por solo dos semanas: “Todavía estamos a tiempo de lograr una cuarentena absoluta”.

Sídney poco a poco se va adaptando a la vida forzada por la pandemia. Cada uno, desde donde puede, busca aportar para bajar la curva de contagio. Algunas universidades cerraron y adoptaron la enseñanza online, algunos colegios donde se detectaron casos de la Covid-19 ya cerraron, al igual que las salas de cine. Se cancelaron eventos, conciertos, actividades deportivas. Y en la zona de Chinatown, ya sea por racismo o precaución, no hay ni un alma: “La gente no se quiere ni acercar”.

La cuarentena en Australia no es oficial ni obligatoria, lo que ha hecho que la gente se aísle bajos sus propias consideraciones y que la incertidumbre aumente

Rafael ve la ciudad adormecida, tranquila. Ha visto las calles desoladas, con menos actividad, con buses y trenes menos congestionados que en días habituales. Ha bajado el ritmo, como en un eterno primero de enero.

Desde el pasado lunes 23, el primer ministro australiano anunció el cierre de bares, cines, casinos, clubes, gimnasios y sitios deportivos bajo techo. Por su parte, restaurantes y cafeterías solo trabajan bajo la modalidad de entregas a domicilio.

Pero las medidas dejadas a voluntad y conciencia de la gente han sido tan poco efectivas que la famosa playa 19 de Bondi fue cerrada temporalmente luego de que miles de personas fueran al lugar, a pesar de la prohibición.

Sídney
Barangaroo, parte del distrito financiero de Sídney. Foto: Rafael Reyes

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Rafael hace lo que puede, desde su sitio de trabajo y su hogar. En casa, lavarse las manos es una actividad practicada con religiosidad y recomendada por la Organización Mundial de la Salud para prevenir la infección.

Cada vez que salen a la calle y regresan dejan los zapatos en la entrada y toda la ropa que llevaban la meten en una cesta y se bañan sin pensarlo dos veces para mantener la vivienda lo más limpia posible.

En 16 años, el tiempo que tienen desde que emigraron de Venezuela tras el paro petrolero, la pareja jamás había visto una situación similar en Australia

Es más consciente de lo mucho que se toca la cara y de la cantidad de objetos con los que tiene contacto. “Vas tocando cosas, luego tocas las llaves del carro y después el celular… Es una cadena inevitable”.

Cada vez que inconscientemente toca algo que no debe, piensa “la cagué” y levanta la mano al aire hasta poder lavársela. Lleva un antibacterial consigo todo el tiempo.

Ir al trabajo es otro cantar: “Cada vez me da más miedo, los casos van aumentando”.

Sídney
Estación de tren vacía en el Parque Olímpico de Sídney. Foto: AFP

Rafael trabaja en un grupo financiero en el centro de la ciudad y aunque tienen comunicación constante con todos los trabajadores y la posibilidad de trabajar desde casa, explica que procesos específicos de la empresa hacen que la gente deba ir al sitio.

“Siento que la gente está frustrada. Si antes ibas al supermercado y comprabas lo que te diera la gana, ¿cómo van a hacer ahora que no lo consigues?

Eso lo mantuvo más de dos semanas en incertidumbre. Entre los trabajadores implementaron una rotación de dos grupos, tres trabajan una semana y otros dos a la siguiente. En las entradas de todos los sanitarios pusieron dispositivos que expulsan jabón automáticamente para ayudar a la higiene de las manos.

Pero el temor al contagio está latente. Al moverte por los otros pisos, tocar el botón para llamar al ascensor, encontrarte con alguien infectado.

Bondi Beach antes de su cierre temporal. Foto: AFP

“Donde trabajo, la semana pasada se detectó en uno de los pisos una persona con sospecha de Covid-19 porque se había ido en un viaje de negocios a Asia. Evacuaron el piso 22, yo estoy en el 24. Nos dijeron que si queríamos irnos nos fuéramos y eso hice. El tipo dio positivo y la compañía desinfectó el edificio”.

Rafael tiene otros dos dolores de cabeza de preocupación: su hijo y su suegra. Al primero, de 11 años, no le suspendieron las clases hasta pasados varios días. “Están tomando todas las medidas posibles, ¿pero cómo haces con los chamos más chiquitos que tocan todo y se pasan las manos por la cara? Eso es una locura, para mí hay que cerrar”. Y eso hicieron en el colegio.

Fue tanta la cantidad que las compañías de Australia que producen el papel de baño comenzaron a trabajar las 24 horas para cumplir con la alta demanda

Por otro lado el hecho de que su suegra, que los acompaña desde diciembre y está de vacaciones, entra en el grupo de población de riesgo en caso de infectarse con coronavirus. “A mí me preocupa ella, tiene 76 años. Si nos da a nosotros estaremos enfermos un tiempo, pero las personas mayores son las más afectadas”.

La tensión y el miedo quizá disminuyeron con la noticia de que trabajaría desde casa a partir del lunes 23. Una preocupación menos. Pero Australia sigue sin aplicar la cuarentena: “Yo estoy aquí estresado. Todo el mundo se mueve en transporte público, lo usa gente de todo nivel. Si nos contagiamos, nos contagiamos todos. Por eso hay que parar esto inmediatamente, aquí están dormidos en los laureles”.

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