Crónica

Asustan más la dictadura y el hambre que Halloween

Desde no tener comida en la mesa hasta el encierro por la inseguridad. Los venezolanos lidian con miedos que se han convertido en norma asociada a un gentilicio condenado a ser superviviente de un Estado fallido. Atrás quedaron los tiempos en que el Silbón o la Llorona causaban terror. Un anaquel vacío es aún más escalofriante

Portada: Gabriela Policarpio
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Sabrina Muñoz no necesita que llegue Halloween para sentir temor. No le bastan los espíritus que, según ha escuchado, rondan la parroquia Altagracia y llenan la zona caraqueña de una “energía fuerte”. Tampoco el enano que -dicen– ronda la puerta de la Catedral de Caracas, otro rumor que ha llegado a sus oídos. Sus miedos son palpables y los experimenta a diario. De un sopetón y casi desahogándose, suelta: “Me aterra que la situación del país no cambie para mejor”.

Tras esa premisa saltan los demás desasosiegos que experimenta la muchacha de 25 años. Se le acumulan en un hablar rápido. En lo que va de años, dos amigos cercanos han emigrado, buscando mejor suerte en otras fronteras. Ella, sin mayores posibilidades económicas para irse, simplemente les desea éxito, aunque el propio le penda de un hilo. “Que esto se convierta en un país de puros viejos, que Caracas sea una ciudad de ancianos, es otro de mis miedos. ¿Quién lo va a levantar? Y para los que nos quedamos acá, ¿quién nos va a ayudar a recuperar lo quede?”, se pregunta.

La incertidumbre la embarga, pero no la paraliza por completo. Se forma como estudiante de Bibliotecología en la Universidad Central de Venezuela y conformó un emprendimiento de maquillaje. Es su “granito de arena” ante la situación que vislumbra desfavorecedora. “La idea es que mientras esté acá aproveche mi tiempo y esté formada”, asegura. Como puede, intenta capturar oportunidades, para evitar ser parte del éxodo.

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Venezuela, después de Nicaragua y Cuba, es la tercera nación con la emigración de mayor crecimiento del continente, según cifras del informe Debates Sobre las Políticas de Migración de la Organización de Estados Americanos (OEA), correspondiente al mes de septiembre de 2016. Solo entre 2011 y 2014, el país registró un aumento de 33%. Y nadie duda que desde 2015 la fiebre se ha acentuado. Es una tendencia que no se detiene, a medida que el panorama social, político y económico no mejora, sin políticas efectivas.

“El miedo es un mal compañero. Es el enemigo número 1 de la ciudadanía”, sentencia la psicóloga social y criminóloga Magally Huggins. Con base en sus estudios, ha percibido un temor recurrente y persistente en quienes habitan el país caribeño. En Venezuela se vive con miedo, afirma, y aclara: “Que haya una fecha en la que se conmemore internacionalmente no tiene nada que ver con el miedo real de los venezolanos”.

Halloween, de orígenes anglosajones, ha permeado en países de Latinoamérica, Venezuela incluida. En países como Estados Unidos, Canadá, Reino Unido e Irlanda es una fiesta que se celebra el 31 de octubre por todo lo alto. Los niños se disfrazan y recorren las casas de su vecindario pidiendo dulces. Que suene el timbre de forma inesperada al caer la noche no es motivo de preocupación durante la festividad.

4500 kilómetros al sur, la mera oscuridad es motivo de alerta para Geiker Chávez, no importa la fecha. Se califica como “valiente” a sus 25 años, pero los altos índices de criminalidad del país lo despojan de cualquier coraje. “A los muertos no les tengo miedo, a los vivos sí”, dice entre risas, y continúa: “Hace unos años solía caminar a las 11 de la noche por la ciudad. Ahora simplemente ya no camino. Caracas a las 9 pm me da miedo, por la inseguridad, por lo solas y oscuras que están las calles”.

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Chávez vive en la ciudad más peligrosa del mundo. Lo ha sido por años consecutivos. Pero la capital no solo lidera el ranking de 2016, hecho por el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal A.C. (México). Venezuela es sede de siete urbes contempladas entre las 50 más violentas alrededor del globo. Caracas lleva la batuta, y le siguen Maturín, Ciudad Guayana, Valencia, Barquisimeto, Cumaná y Barcelona.

La diversión de Geiker se ha reducido a cuando hay luz del día. Salir de su casa luego del ocaso implica un riesgo que trasciende las meras eventualidades. Su percepción de temor se alinea con una mayoría considerable de la población venezolana (94%) que considera que la inseguridad aumentó en 2016, de acuerdo con la Encuesta sobre Condiciones de Vida Venezuela (Encovi).

Es un discernimiento estrictamente ligado con los hechos, de los cuales se conocen cifras extraoficiales del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV). La tasa de homicidios en Venezuela ha ido en franco ascenso desde 2005, cuando se registraron 9.964 asesinatos. La cifra casi se triplicó en once años. En 2016 se alcanzó una tasa de 91 muertes por cada cien mil habitantes, lo que equivale a 28.479 muertes. Según la fiscal general en el exilio, Luisa Ortega Díaz, la tasa oficial del año pasado alcanzó 70,1. “Cuando una persona tiene hasta miedo de respirar no puede estar pensando en resolver los problemas del país, si se está pensando en sobrevivir. Mientras más miedo haya, menos ciudadanos somos”, sentencia la psicólogo social Huggins.

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A Omar Salas los temores se le reducen a la falta de opciones: “Que te pase algo y no tengas hospitales con insumos a donde ir. Que quieras comprar un alimento en particular y simplemente no esté. Me da miedo que vaya al supermercado buscando algo y, aunque tenga cómo comprarlo, no tenga ni para elegir”. Podría resumirlo en una frase: “Me da miedo perder Caracas”.

El fotógrafo freelance de 36 años está en constante movimiento para evitar que la crisis le llegue a la médula y tenga que buscar una vía de escape en Maiquetía. “Es un gran monstruo que está ahí presente, que la solución sea emigrar y todo lo que eso implica. Pero uno busca alternativas, no podemos echarnos a morir”, asegura. Teme que el Estado con sus ínfulas de dominación económica llegue a controlar el acceso a la comida por completo; simplemente espera que “no lleguemos a ese punto”.

“Me da miedo la falta de alimentos, que eso nos lleve a una crisis aún peor que la que tenemos ahora o a una invasión extranjera”, agrega la joven estudiante de bibliotecología. El miedo de Muñoz, como el de Salas, no es infundado. Lo percibe a diario en las calles de la capital, desde niños descalzos pidiendo migajas a las afueras de establecimientos de comida hasta en los botaderos de basura, donde personas con mayores necesidades que ella acuden para conseguir el alimento del día.

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De acuerdo con la Encuesta sobre Condiciones de Vida Venezuela (Encovi) de 2016, 32,5% de los venezolanos ingiere dos o menos comidas al día, lo que equivale a 9,6 millones de personas aproximadamente. En 2015, la cifra no llegaba a la mitad de la alcanzada en 2016. Solo 11,3% no comía su desayuno, almuerzo y cena para entonces.

Ángela Sánchez debe ponerse dos o tres franelas para cubrir su delgadez. La pérdida de masa muscular la deja en evidencia. Ha tenido un 2017 difícil para proveerse los nutrientes que necesita a sus 72 años. Con el derrumbe de su sistema inmunológico hace 6 meses, cayó su peso de forma considerable, que prefiere no revelar. Aunque su hija la ayuda económicamente, la jubilada de 72 años se provee de alimentos como puede, cuando los consigue y al precio que tengan.  Para muestra, toma parte de su bluejean desgastado con su mano, lo estira y le da vuelta a su huesuda pierna. “Yo antes llenaba este pantalón, ahora mira cómo me queda. Yo antes era talla 10, hasta 12. Ahora estoy en 4”.

Aunque la ha vivido en carne propia, la “dieta de Maduro” no es su mayor miedo, sino la pérdida de autonomías que disfrutaba en Chacao, municipio donde ha vivido desde hace 40 años. “El temor a no ser libres, a ver caer a nuestro país en un comunismo, ver cómo se deteriora, es lo que más me preocupa”.

La merma de garantías electorales va de la mano con la escalada del chavismo. En las últimas elecciones regionales, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) se hizo con 20 gobernaciones, una de ellas, estado Bolívar, con resultados cuestionados y ensombrecidos por acusaciones de fraude, denuncias con actas en la mano.

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Juan Delgado teme un escenario similar en el municipio Chacao. “Nada de esto existiría”, dice, preocupado, mientras señala los espacios comunes de la plaza de Los Palos Grandes. “Me atemoriza que Chacao cambie de rumbo. Eso implica muchos riesgos. Representa un retroceso para el municipio en todos los órdenes”, avizora el economista retirado. Se siente útil a 79 años y lidia con sus miedos con acciones concretas, recogiendo firmas para apoyar la candidatura del alcalde encargado Gustavo Duque para las elecciones municipales, de las cuales aún no se conoce fecha de realización más allá de “diciembre”.

Para Magally Huggins, la clave está en pasar de la supervivencia a la acción. “Estamos en un hueco, un agujero negro. De alguna manera va a llegar el rayo de luz que va a encandecer a la población para reclamar sus derechos. Pero ahora, somos una sociedad con miedo, que presenta cuadros de depresión colectiva”, indica la doctora del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes).

A medida que el poder político se afianza, por medio del voto o no, un escenario próximo de mejora se les empaña a personas como Sánchez, quien no ve futuro para su nieta de 8 años. “Yo porque ya viví, pero qué queda de las nuevas generaciones”, se cuestiona.

“Yo no le tengo miedo a nada porque yo soy inteligente”, le dice un pequeño de tres años a su madre Rocío Navas. “¿Nada? ¿Seguro? ¿Ni a los fantasmas?”, le insiste ella. Después de unos segundos, recapacita. “Bueno, a los fantasmas sí”, confiesa, mientras esconde su cara en el regazo de la muchacha de 24 años. Ella se ríe y piensa en los varios temores que implica tener un hijo en Venezuela: “El mayor es que no él no pueda crecer como debería”.

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