Investigación

Adiós Venezuela, dice la comunidad judía

La comunidad judía vive una nueva diáspora, ahora desde Venezuela. Los más conservadores afirman que por lo menos la mitad de los hijos de Israel que vivían en el país se han marchado durante los últimos 10 o 12 años. Se nota en sus aulas y sus clubes. Dicen que se van como cualquiera que busca mejores condiciones de vida en otras tierras, pero con el factor adicional del antisemitismo por parte de las altas esferas gubernamentales. El recuerdo de la Noche de los Cristales Rotos, este 9 de noviembre, será en otras fronteras 

Fotografías: AP
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Como cualquier sala de espera, la entrada de la Asociación Israelita de Venezuela es un espacio para el cotilleo. El tiempo pasa mientras se aguarda por la diligencia y tres mujeres maduras coinciden en el tema inevitable de estos días: la migración. ¿Cuándo te vas? ¿Ya tus hijos se fueron? ¿Cómo les va? ¿En dónde están? “En Panamá”, coincidieron un par de ellas. De ahí en adelante se sucedieron unas cuantas historias de tranquilidad y bienestar. La única objeción que hubo fue cuando la tercera mencionó que uno de sus hijos estaba en Bogotá. “Allá es más difícil porque no hay comunidad”, le respondieron.

En Venezuela sí la hay o había. Un nuevo éxodo, sin Moisés rebañando los pasos, la desarticula, descoyunta. Se nota en las escuelas y en sus clubes. Hasta hace pocos años la matrícula de primaria del colegio Moral y Luces Herzl-Bialik, ubicado en Los Chorros, rondaba los 1.000 niños. El número cayó estrepitosamente para el año escolar que comenzó en 2014, con 350 estudiantes. La historia no fue distinta para el período lectivo 2015-2016, cuando la cifra descendió a 270. Preocupan las aulas vacías y el destino de una infraestructura escolar diseñada para atender a 2.000 alumnos.

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Nadie en la comunidad se atreve a lanzar un número sobre el total de hijos de Israel que hubo en Venezuela y los que ahora quedan. “Los judíos no se cuentan. No hay un censo. Es irresponsable dar una cifra, pero la percepción que hay es que en los últimos 10 o 12 años se ha marchado más de 50%”, afirma David Bittan, abogado y expresidente de la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela (CAIV). Aquí, varias generaciones de una familia lograron sentarse un viernes en una misma mesa de shabat; pero las dificultades para conseguir empleo, la inseguridad y la escasez de alimentos y medicinas los afectan como a cualquiera. Los judíos sienten la patria como suya, aunque la revolución quebró la paz que los acompañó desde esos primeros y escasos asentamientos en Venezuela en tiempos de la Colonia hasta las grandes afluencias migratorias luego de la segunda guerra mundial —asilo incluido.

Maor Malul se cuenta entre los que pusieron un océano de distancia. Se marchó hace tres años, cuando contaba con 37 en el candelario. Al momento de emigrar tenía un buen empleo como Ingeniero Informático; pero una gota colmó el vaso. Es de Barquisimeto y en Caracas vivía alquilado en un apartamento en La Florida. Una tarde de abril de 2012 iba subiendo desde Sabana Grande a su casa por la calle Negrín y una mujer mayor, ataviada con un chaleco bordado con las siglas de la estatal petrolera PDVSA, comenzó a perseguirlo, gritándole groserías. Malul primero intentó ignorarla, hasta que la persecución fue inaguantable.

— ¿Qué le pasa?

— Judío de mierda, vete de aquí—fue la respuesta.

A Malul se le identifica porque siempre lleva kipá. El insulto no fue suficiente: la mujer se le encimó, intentó golpearlo y lo escupió. “Tuve la suerte de que una chama, cristiana evangélica, iba pasando. La muchacha llegó, empujó a la señora y me dijo que corriera”. El ingeniero hizo caso y corrió más allá de nuestras fronteras. Apenas llegó a su casa llamó a la Agencia Judía, pidió una cita y nueve meses después, en enero de 2013, se mudó a Israel.

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No era la primera vez que lo atacaban por sus creencias religiosas. En 2009 hubo un primer episodio, también vinculado a una agencia estatal, esta vez el Seniat. Su abuela falleció y debió viajar a la oficina de administración tributaria para resolver la sucesión. En cuatro oportunidades tuvo que trasladarse de Caracas a Barquisimeto porque siempre faltaba un recaudo. Cuando pidió los requisitos por escrito para evitar una nueva visita infructuosa, le respondieron: “Yo no sé en el país de ustedes, pero acá no es así”.

Dice que fue como “echarle agua a un gremlin”. La funcionaria tenía las copias de la cédula de Malul, sus padres y su abuela. Todas con el encabezado de Venezuela; pero otra vez se encontró con una respuesta desafortunada: “Esa cosa que usted tiene en la cabeza, eso no es de aquí”. Al final, debió ser atendido por otra persona. “Creo que es algo que viene desde instancias gubernamentales. En el centro de Barquisimeto nadie se metía conmigo, y antes de eso nunca, nunca enfrenté maltratos. Es una cosa desde las altas esferas. El común del venezolano no es antisemita”, defiende.

El primer bocinazo gubernamental contra la comunidad judía en Venezuela sonó en 2004. Sin importar que hubiese más de 1.000 niños, con sus respectivos representantes, una comisión del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) allanó las instalaciones del colegio Hebraica Moral y Luces y el Club Social Hebraica buscando explosivos o armas supuestamente relacionados con la muerte del fiscal Danilo Anderson. No encontraron nada. Volvieron a allanar el club en la madrugada del 2 de diciembre de 2007, mismo día del referéndum constitucional, de nuevo buscando armas, aunque sin especificar cuál averiguación se vinculaba a la pesquisa. Dos años más tarde, el 6 de enero de 2009, el entonces canciller Nicolás Maduro expulsó y declaró persona no grata al embajador de Israel en Venezuela y menos de un mes después, el 30 de enero, un grupo de hombres armados profanó la sinagoga Tiféret Israel, ubicada en Maripérez y la más importante de Caracas. Y como colofón a la seguidilla de ataques, el fallecido Hugo Chávez, el 2 de junio de 2010 soltó la siguiente exclamación: «Condeno desde el fondo de mi alma y de mis vísceras al Estado de Israel; ¡maldito seas, Estado de Israel!».

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No solo han violado sus templos religiosos, sino también los del conocimiento y la moral. “La decisión de migrar siempre es personal. La migración puede ocurrir en la misma proporción en que se van los no judíos, afectados por la inseguridad, el futuro de los hijos, la inestabilidad política y la inflación, pero no hay razón para que se hayan roto las relaciones con Israel, y ese es un elemento que pesa”, afirma Abraham Levy, otro de los ex presidentes de CAIV.

Para Diego Scharifker, concejal de Chacao, el ataque a la sinagoga fue un punto de quiebre, que liberó miedos y temores a represalias. Él fue víctima de ataques antisemitas cuando era dirigente estudiantil. El autor —y cómo no— fue Mario Silva, en La Hojilla, en el programa del 13 de enero de 2013, que aprovechó el espacio en la televisora del Estado para descalificarlo por judío. No obstante, Scharifker apunta que tales ataques ocurren desde el chavismo radical. Más allá de eso, solo se ha topado con chistes sobre el poder adquisitivo de los judíos si alguna vez se atreve a decir, por ejemplo, que no tiene dinero para almorzar.

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Solidarios porque sí

Estados Unidos, Panamá, España, Israel y México se perfilan como algunos de los destinos más buscados por los judíos venezolanos, obligados a una nueva diáspora. Zanganear por el mundo parece ser una herencia inagotable. Nunca les ha sido ajena. “El pueblo judío hasta la creación del estado de Israel estaba deambulando de país en país y aceptando la hospitalidad de la nación que lo recibía. Afortunadamente, desde la creación del estado de Israel el judío tiene la posibilidad de retornar a su patria ancestral. A la tierra prometida. Nadie nos obliga a quedarnos, si permanecemos es porque amamos este país, nos sentimos bien y queremos luchar por Venezuela”, subraya Isaac Cohen, rabino principal de la Asociación Israelita de Venezuela. Además, señala que esta emigración judía se mide con la misma vara con la que se mide la del resto de los venezolanos, sean católicos, protestantes o budistas.

Alex Scharifker se fue. No porque no quiera luchar por Venezuela, sino pensando en su futuro personal y profesional. Es de los que subraya que regresará, aunque en Estados Unidos encontró estabilidad como analista de datos para Apple: “Cada vez más gente se va porque no hay oportunidades económicas al quedarse en Venezuela”. Nunca se sintió discriminado o menospreciado. Más bien, lo que más extraña del país que dejó hace cinco años es la solidaridad que hay, no solo entre judíos: “En EEUU la vida es muy solitaria. En cambio en Venezuela la comunidad judía es muy fuerte y la gente siempre se ayuda”.

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El éxodo también afecta a los que se quedan. Más allá de las nostalgias familiares, ese sentido de solidaridad es el que permite mantener una infraestructura diseñada para 150.000 personas que se sostiene con las dádivas y demás contribuciones que aporta cada uno de los miembros de la comunidad. Sirve para mantener Hebraica, las asociaciones y para brindar ayudas a familias con escasos recursos para cubrir sus necesidades básicas. “La comunidad judía goza de plena libertad de culto y religión. Podemos cumplir con nuestra religión y tenemos el apoyo del gobierno nacional en ese sentido”, enfatiza el rabino Cohen, para quien las razones políticas no son un factor determinante en la emigración judía, y confía en el restablecimiento de las relaciones con el estado de Israel. “Nosotros no somos clase aparte. Somos de religión judía, profesamos la religión judía, pero somos ciudadanos venezolanos cabales, que participamos y creemos en el desarrollo del país nacional en el cual nos encontramos”, subraya.

Para David Bittan la migración es solo una forma de ir un paso más adelante de la historia, formada después de 5.700 años de sobrevivencia. Mientras para Marianne Kohn Beker, al frente de la Fundación Espacio Anna Frank, “este éxodo no es solo de judíos. Los regímenes políticos son los responsables del buen o mal vivir de su gente. Estamos en una época en la que los destinos de los pobladores de muchos países están en manos de políticos demagogos y populistas que se valen del engaño para lograr hacerse del poder y así satisfacer sus propias ambiciones sociales y económicas. Para el logro de sus objetivos destruyen las instituciones que defienden los derechos legítimos de la gente y llevan a los países que caen en sus manos a su perdición”.

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