De Interés

"Ahora van a conocer al diablo": y la tortura sigue ahí, tan campante

«Ahora van a conocer al diablo» es el nuevo libro de la Editorial Dahbar, un trabajo periodístico que nos invita a conocer las historias de 10 presos torturados por el chavismo, una práctica de vieja data en Venezuela que sigue aplicándose de forma sistemática

Tortura
YURI CORTEZ / AFP
Publicidad

Cuenta el sociólogo Rafael Uzcátegui, que cuando la metieron presa, el cuerpo de Diannet Blanco reaccionó instintivamente: “aumentaron las palpitaciones y el sudor frío transformó su peso en un vacío que se lanzaba, en cámara lenta, por un interminable tobogán”. Entonces, ella tenía 38 años recién cumplidos.

Fue en la noche del 20 de mayo de 2017: un grupo de 25 funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) tumbó la puerta de su apartamento. Ingresaron a su hogar, le quitaron el celular y no le permitieron llamar a un abogado. Allí supo que había llegado su momento.

Las protestas en contra del gobierno de Nicolás Maduro habían tomado las calles desde hacía más de un mes. Diannet, quien era trabajadora del Instituto Nacional de la Mujer, ayudaba a los manifestantes con bebidas energéticas, barras nutritivas e insumos de primeros auxilios, a través de los voluntarios de la Cruz Verde. Hasta ese momento, el Foro Penal documentaba 757 heridos y 1.991 detenidos. La de muertos alcanzaba a 48.

Cuatro años después de aquella noche, Diannet todavía recuerda la frase que le dijeron los funcionarios del Sebin cuando, aterrada por su destino, les preguntó a dónde la llevarían: “Ahora van a conocer al diablo”.

Fue esa frase, por su fuerza y significado, la escogida por el periodista Oscar Medina para titular el nuevo libro de la Editorial Dahbar, que recoge no solo el testimonio de Diannet contado por Uzcátegui –conocido activista por los derechos humanos en la organización Provea-, sino también nueve historias más: las de Emirlendris Benítez Rosales, Gabriel Valles, Luis Alexander Bandres, Alonso Mora, Franklin Caldera Martínez, Jhon Betancourt Restrepo, María Lourdes Afiuni, Fernando Albán y Rafael Acosta Arévalo.

tortura

El libro Ahora van a conocer al diablo. 10 testimonios de presos torturados por el chavismo -que contó con la colaboración del Foro Penal Venezolano (el prólogo es de Alfredo Romero) y la organización Justicia, Encuentro y Perdón- describe algunas de las torturas ejecutadas por el chavismo hacia los presos políticos. Prácticas que en el país tienen vieja data: la lectura de las Memorias de un venezolano de la decadencia, escritas por José Rafael Pocaterra entre 1919 y 1921, nos enseña que la realidad de los presos políticos en Venezuela ha sido cruda desde hace por lo menos un siglo.

Malos hijos de la patria

El día que se lo llevaron, el 19 de enero de 1919, Pocaterra supo que no saldría más por un buen rato. Su implicación en la conspiración de 1918 fue delatada por José Agustín Piñero, uno de los soldados involucrados que a última hora decidió abandonar el plan. En ese momento se dirigía al Circo Metropolitano, en el centro de Caracas, donde la gente se juntaba para enterarse y comentar sobre los recientes embates de la dictadura gomecista. Ahí, delante de todo el mundo, el prefecto Carvallo lo detuvo y se lo llevó.

Los siguientes tres años fueron de encierro para el escritor, que aprovechó la reclusión en La Rotunda para contar la vida dentro de la cárcel amarilla, construida en los años 40 del siglo XIX. El historiador Alberto Navas Blanco, en su libro La Rotunda de Caracas. Configuración del Estado como aparato de violencia 1840-1936 explica que, aunque comenzó a ser construida con fines reformatorios durante la segunda administración de Carlos Soublette, se convirtió en la prisión para todo el que se opusiera a los tiranos que gobernaron en Venezuela entre 1899 y 1935.

“La Rotunda fue concebida originalmente para servir a un proceso de recuperación social de delincuentes comunes y, muy rápidamente derivó hacia el cumplimiento de funciones de prisión de enemigos políticos de los regímenes de turno. Aunque nunca desapareció el preso común, podríamos decir que permaneció como uno de los elementos integrantes de equipo de maltrato al opositor político encarcelado”.

Por otro lado, cuenta Pocaterra que, aunque no padeció torturas físicas, como los demás reos, sí sufrió las psicológicas que le dejaron severas secuelas. La sensación panóptica, de desubicación temporal y espacial no lo dejaba dormir. El temor por las torturas físicas por las que pasaban sus compañeros lo acompañó en los primeros meses de cárcel. A ellos los colgaban de los testículos y los mataban de hambre.

Los demás arrimaban los cuerpos y desinfectaban los calabozos con creolina y hojas de eucalipto que el viento traía de una casa vecina. Él se arrastraba mientras podía, pues los grillos le presionaban el empeine. Tampoco comían con regularidad, por eso cazaban las palomas que entraban por el solar de la azotea.

Estaban allí porque eran malos hijos de la patria.

*

30 años después, las torturas continuaban de manos de otro dictador.

A Simón Alberto Consalvi –cuenta Diego Arroyo Gil en la biografía que escribió para la Biblioteca Biográfica Venezolana– la Seguridad Nacional, la policía política de Marcos Pérez Jiménez, lo torturó en la Cárcel Modelo: “Lo obligaron a pararse, desnudo y descalzo, sobre un ring de automóvil que tenía los bordes afilados. Aguantó unas horas hasta que se cayó. Pasó meses mudando el pellejo de la planta de los pies, y la cicatriz, dice, duró un año o más”.

Pero esa no era la única prisión de la dictadura, o al menos no la más cruel. Guasina, una isla al sur del estado Delta Amacuro funcionaba como campo de concentración para los perseguidos del régimen.

José Vicente Abreu narró sus vivencias en Guasina en el libro Se llamaba SN: “Me desnudaron y esposaron de nuevo. Más profundos los hierros se hundían en las carnes. Un escalofrío recorría todo mi cuerpo. Con grandes esfuerzos dejé de temblar. Pero no podía evitar las convulsiones repentinas. Quería mostrarme sereno, dueño de mí mismo para sacarlos de sus casillas. Cada cierto tiempo me temblaba el cuerpo y me preguntaba si se habían dado cuenta”.

En aquellos mismos años, pero a kilómetros de Delta Amacuro, en la ciudad de Caracas, la dictadura perezjimenista construía El Helicoide, un edificio que, aunque tenía una finalidad muy distinta a la de Guasina y La Rotunda, terminaría siendo el purgatorio de otro régimen militarista, que se instauró 40 años después.

Pero la democracia, reinstalada en 1958, tampoco estuvo exenta de torturas ni detenciones arbitrarias: basta con investigar las persecuciones a los guerrilleros o militantes comunistas entre los años 60, 70 y 80; o las ejecuciones extrajudiciales desatadas a partir del Caracazo en 1989 y de la masacre del Retén de Catia en 1992, documentadas por el Comité de Familiares de Víctimas de los Sucesos de Febrero-Marzo de 1989 (Cofavic), las cuales Alonso Moleiro expone en su más reciente libro: La nación incivil, también publicado por la Editorial Dahbar.

Al chavismo nadie lo cuestiona

Con la premisa de acabar con las viejas prácticas del pasado, Hugo Chávez comenzó una revolución en 1999. Y la bonanza petrolera dio suficiente solvencia para el financiamiento de ese proyecto político. Un autoritarismo que al hacerse impopular ordenó represión contra la oposición y su propia disidencia.

Para Chávez, nadie podía cuestionar sus decisiones.

La jueza María Lourdes Afiuni estuvo entre quienes lo intentaron. En diciembre de 2009 fue encarcelada por otorgarle una medida cautelar a Eligio Cedeño, banquero al que el chavismo consideraba un enemigo político. Por eso vivió hasta 2013 la etapa más oscura de su vida: fue torturada y abusada sexualmente. En Ahora van a conocer al diablo. 10 testimonios de presos torturados por el chavismo Francisco Olivares reconstruye el momento cuando se la llevaron:

—Mire doctora, usted está detenida.

—Ajá, ¿y por qué?

—Me lo está ordenando este fiscal —señalando a Daniel Medina.

—Daniel, ¿tú me puedes decir por qué me estás deteniendo?

—Todavía no lo sé, ya veré. Tú no debías haber dado esa cautelar.

—¿Por qué? ¿Dónde me lo prohíben?

—Te vas a joder, ahora vas a ocupar el lugar de él si a ese hombre no lo llegamos a atrapar.

*

Muerto Chávez, su sucesor Nicolás Maduro tuvo que lidiar con la creciente impopularidad de un régimen que cada vez tenía menos recursos para sustentarse. En 2018, cuando el escenario del país se mostraba desolador y las tensiones estaban a flor de piel, un supuesto intento de magnicidio sirvió de excusa para apresar a los opositores que llamaban a las calles. Los culparon del presunto atentado. Entre ellos estuvo Fernando Albán, quien regresó al país ese septiembre.

Su viuda, Meudy Osío, le contó a Erick Lezama los detalles de su tragedia familiar: al concejal de Caracas aparentemente lo asesinaron los funcionarios del Sebin: “Lo mataron, lo mataron. No se lanzó ni lo lanzaron: eso lo dijeron porque fue lo primero que se les ocurrió”.

Las investigaciones posteriores sustentan su versión. El caso de Fernando Albán es el número 10 en el informe de la Misión Independiente de Determinación de los Hechos de las Naciones Unidas (ONU) de 2020.

*

El 21 de junio de 2019, el capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo fue secuestrado por funcionarios de la Dgcim y del Sebin en Guarenas, mientras se reunía con unos amigos. Se lo llevaron a una casa clandestina en la finca La Mariposa, en el estado Miranda, que sirve como sitio de tortura. Un lugar boscoso, difícil de ubicar, a varios kilómetros de Caracas.

Lizandro Samuel describe con algunos pormenores aquella situación en Ahora van a conocer al diablo, que los abogados le narraron a la viuda del militar detenido después de mucha insistencia.

“Al capitán de corbeta Rafael Acosta lo cuelgan desnudo en un árbol, con las manos atadas y los ojos vendados con una carpeta con tirro. Lo golpean con palos y tablas en varias partes del cuerpo y le disparan cerca del oído, para quitarle la audición. Lo meten en un cuarto helado, en el que le echan agua fría. Le dan latigazos. Le ponen una bolsa en la cabeza, o le meten la cabeza en tobos: lo asfixian. Le hacen cortaduras en las plantas e los pies. Vierten ácido sobre su cuerpo. Le aplican descargas eléctricas en los testículos”.

A él también lo torturaron hasta la muerte. Su caso es el número 17 en el informe de la Misión Independiente de Determinación de los Hechos de las Naciones Unidas (ONU) de 2020.

*

Aunque en el pasado, Venezuela suscribió convenciones en contra de la tortura, se trata de prácticas que el Estado continúa utilizando contra sus adversarios políticos, a quienes les da tratamiento de «enemigos». Son actos de los que no se tienen cifras precisas, solo testimonios como los que presenta este libro y que fueron recogidos por Kaoru Yonekura, Rafael Uzcátegui, Sinar Alvarado, Florantonia Singer, Lizandro Samuel, Tony Frangie, Erick Lezama, Francisco Olivares, Faitha Nahmens y Oscar Medina.

Publicidad
Publicidad