Opinión

A dos años de Sifrizuela: un meme dice más que mil palabras

Sifrizuela llegó a esta casa de la mano de UB Magazine, a través de una entrevista publicada en mayo de 2019. Para entonces ya hacían bastante ruido en redes y no transcurrió mucho tiempo para concretar su incorporación al equipo de colaboradores y posteriormente -ya en pandemia- pasar al de El Estímulo. Celebramos con el misterioso Elías Aslanian los dos años de su república, que también es la nuestra

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Hoy, hace dos años, decidimos fundar la República Caurimarera de Sifrizuela: ese país que comienza en Miami, cruza el Este de Caracas, termina en Salamanca y reclama a Aruba y Camurí como sus dependencias federales; un país (¿o quizás un recuerdo?) que celebra festivales de gaitas en noviembre con parafernalia y escarcha, ve en los colegios un zodiaco, huele a Bond No. 9 y juguete nuevo de Toys “R” Us, juega tenis y hace golf ante chaguaramos gigantescos, afirma que lo feo es ‘tétrico’ y el ‘cabello’ siempre es pelo y canta himnos jesuitas en matrimonios de cotillones y niñas de genes revueltos y apellidos extraños tambaleándose entre tequeños de Festejos Mar y su decimosexto trago de la noche.

Greetings, ciudadanos: soy Elías Aslanian, el seudónimo que por más de un año ha firmado la columna de Sifrizuela –the online disembodied utopia– primero en UB y luego en El Estímulo. Excepto en una ocasión, claro está, cuando la firmó un tal Baietti: en esos tiempos cuando nuestra pequeña república digital fue manejada por dos mentes.

Así nació ese país que se hizo household name y creció e impactó de una manera que, genuinamente, jamás nos esperamos. Vinieron cambios y evoluciones: surgió esta columna provocadora; Baietti partió a otros caminos medio año después de la fundación y yo –el tal Elías Aslanian– me quedé como la mente obsesiva tras la cuenta; armé un equipo de brainstormers sifrinos (que terminamos hablando más de política que creando contenido) y hasta hicieron un reportaje de la República Caurimarera en el Miami Herald. Aun así: la E! True Hollywood Story será para después. Pero ¡por el meñique bendito de Santa Laura de Caurimare, cuánto ha pasado en los dos años de Sifrizuela Instagram, columna periodística y Twitter!

Nunca me esperé el zaperoco que serías, mi pequeño país inventado.

“Hola gordo, permíteme presentarme: yo me llamo Laura Pérez, la sin par de Caurimare”
– “Laura Pérez”, grupo Medioevo (1982)

The good: le quitaste el tabú a lo sifrino, desataste una ola de cuentas y discusiones sobre temática socioeconómica criolla (en un país que brincaba del arpa, cuatro y maracas al barrio y la bala sin punto medio alguno), introdujiste el concepto del sifrinoide al mundo, te ganaste los inmaculados corazones de Edgar Ramírez y Sascha Fitness, tu presidenta Irene Sáez te mandó un dm de amor (pero se negó a seguirte), serviste de corte de reconciliación y justicia para las controversias de misas de mayo del Cristo Rey y canciones marianas del Mater de hace añales (“la batuqueadera”) y desarrollaste una comunidad online picante, contradictoria, diversa y ruidosa donde mamás del comité de graduación de x colegio sifrino, estudiantes latinos de Boston, Alessias, Bettinas, Federicos y metropavos se codean con historiadores y periodistas prestigiosos, celebridades de la televisión anterior a la hegemonía winstoniana, adolescentes de ultraderecha, wannabes, creeps, artistas y hasta uno que otro diputado. Y claro está: ese algo grande, que ya está en Amazon: el libro La Sifrinidad: vida y obra de una tribu urbana.

The bad: En la sección de comentarios, Joanna Hausmann rompió su brazalete de amistad, forjado en los pasillos de la Escuela Campo Alegre, con la reina criolla del QAnon María Elisa Smith ; cancelaron a Sifrizuela en enero (¡Top 30 trending topics de Venezuela pero por la cantidad de odio!) por criticar la crítica a la crítica de cómo un venezolano andaba vestido en el Louvre y Diana D’Agostino te bloqueó por los chistes sobre su exquisito y seductor huerto. Y sobre #Sifrigate: yo sigo pensando que vestirse de la bandera es una cosa horrible pero Venequia está ganando la guerra contra Sifrizuela.

The ugly: fuiste acusada por nuestro Alex Jones de El Tigre de ser una cuenta manejada “desde una firma de consultoría y marketing político” (para luego decir que buscaba “rastro de la facturas o si lavan plata” y acusar a IURISCORP de estar detrás, aunque una de sus cabezas proclamó a Sifrizuela como una “plataforma para enaltecer las conductas negativas de la clase alta”), te acusaron de ser un proyecto financiado por George Soros (y uno aquí, esperando los cheques) y hasta te ganaste un video chimbo del fascista low quality de la nación (“Acquaviva DESMONTA mentiras PROGRE de revista El Estímulo”). Y te sumaron a «Progrezuela», el combo maligno de “pasticheros progres” junto a Caracas Chronicles y el Chigüire Bipolar, según los incels raritos de internet. Aunque bueno, según el valenciano artsy que tenía un café en Miami y decidió volverse chavista, Sifrizuela es “otra de las aberraciones que estos millenials fachos producen” creada por “niños que nacieron en el 93 pero no superan a Irene Sáez”: fascistas saezistas, antes que nada.

And the ta’ rara la cosa: te mencionó Patricia Poleo en su programa doralzolano (“¿Será que yo soy sifrina? ¿Cómo es que dice la cuenta esa? Sifrizuela dice que yo soy como combinada”).

Y así, lo preguntas y lo tenemos: desde un ataque de neonazis afrodescendientes en los comentarios hasta un propagandista de Sputnik, un medio del Kremlin, que llamó a Sifrizuela “el anti-chavismo cool” que promueve la intervención gringa en los jóvenes venezolanos.

Pero bueno, listar el jardín de las locuras terrenales que acontecen en la matriz digital sifrizolana podría dar para un libro entero (por eso a veces las documento en otra cuenta de Instagram, @sifricomments). Por eso, prefiero darle la palabra a un grupo de personas –admirables, mentalmente exquisitas y con visiones diferentes– sobre lo que esta república online, con sus extendidos tentáculos plásticos y su misión de agent provocateur comprado en Miami, ha significado para ellos. Porque para mí, ha significado muchísimo. Por eso, antes de pasar la palabra, quiero agradecerles a seguidores, lectores y haters: porque este país se lo debo a todos ustedes. Gracias y muérete que chao.

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María Elena Pombo, artista venezolana basada en Brooklyn que trabaja bajo el nombre Fragmentario

Mi nombre es María Elena y soy sifrinoide. No me visto como surfista, no sé qué es Holic y vivo en Nueva York, una de las capitales de la Sifrizuela del exilio. El único requisito que cumplo para ser sifrinoide, es que me gradué en El Peñón. Pero justamente, ese pequeño detalle, es el más importante dentro de la República Caurimanera de Sifrizuela. Quéjese quien se queje. Esta sombra eterna del colegio no es un fenómeno único en Venezuela. Así como los sifrizolanos ponen en sus cuentas de Linkedin sus colegios, los sifrigringos ponen en Linkedin el prep-school en el que se graduaron. Yo asumo mi sifrinoide-idad y agradezco a Sifrizuela el haberme dado un nombre para esta identidad fluida, tan 2020, tan no-binaria. Compatriotas sifrinoides: asúmanse y celébrense. No hay nada peor que un wannabe.

Un meme dice más que mil palabras y así, Sifrizuela me sirve como una especie de traductor cultural. Me ha ayudado a explicarle a mis amigos estadounidenses la ola migratoria que tuvo Venezuela en el siglo XX (y que ellos no son los únicos en el mundo con nacionalidades dobles) y las sifritensiones que vinieron con ello. Me ha ayudado a hacerle ver a los hijos del primer mundo que veneran al Che Guevara lo ridículos que se ven haciendo apología a las tropas rusas en Venezuela. Ha ayudado a mi esposo estadounidense a entender aspectos de la experiencia venezolana: Oripoto, Juana la iguana, los chistes hacia mi amiga hija de portugueses que creció en San Antonio, las misiones, la mala maña de decir ‘marico’. Me dio un recuerdo a darle a mi amiga mexicana de nuestro grupo de amigas latinoamericanas en Parsons (ella dice que no es fresa, pero no sé… ella estudió con los Legionarios de Cristo en el DF, strawberriest strawberry).

Más allá de los memes, Sifrizuela me ayudó cuando –durante el verano– unos amigos estadounidenses me preguntaron sobre el racismo en Venezuela comparado con su país. Armados con Google Translate pudieron ver la complejidad del asunto y al comparar, entenderse mejor a sí mismos. A pesar de ser una cuenta hecha por venezolanos y para venezolanos, en mi caso veo a amigos mexicanos, españoles, brasileños y estadounidenses siguiendo y compartiendo los memes de Sifrizuela. Primero me sorprendo y luego recuerdo que venimos del futuro.

Luis Pérez-Oramas, curador independiente y previamente curador de arte latinoamericano del MoMA y director curatorial de la Bienal de Sao Paulo

Y todos fuimos sifrinos.

El automóvil salía de la UCAB, un día más, como si descendiera por un tobogán hacia la nada, hacia el tedio del valle. Era un país diferente, otro, donde aún podía haber tedio. La radio sonaba sus programas vespertinos para acompañar el ineludible tráfico caraqueño, esa forma orgánica y metálica de la permanencia.

Cinco de la tarde, hora en que los toreros mueren. Hora en que el calor empieza a ceder, como un animal por fin domesticado, bajo el cielo del trópico. Esa es la memoria que tengo de haber escuchado, circa 1980, por primera vez, la voz arrastrada por sus erres de la sifrina de Caurimare.

Había nacido, con ella en el tímpano de mi escucha, un personaje-tipo que yo aún no sabía, que ignoraba. Eran los estertores del Mayami nuestro, bajo la advertencia meteorológica de una crisis opioide de riqueza petrolera. La sifrina nunca tuvo distancia con ella misma. Y se multiplicó como las especies invasoras, siendo en verdad muy vernácula.

Ella no podía saber que se estaba fundando, con cada una de sus labiales erres, un país prótesis, que otros, más tarde, en riguroso ejercicio de matricidio, parricidio y sustitución simbólica, con una risa de red social apagada y elocuente, vendrían a instituir en su segundo tiempo, y ya en exilio: Sifrizuela.

Construir la distancia de la sifrina con ella misma (que ella carecía) es un buen desafío. Uno de esos pequeños gestos en los que puede, si la suerte y otras empresas -menos divertidas y más heroicas- nos acompañan, anidar un país, improbable y futuro, que no sea ya más prótesis. Para poder reír por fin con la familia cerca.

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Raúl Stolk, director de Caracas Chronicles y Cinco8 y presentador del podcast político PuebloPeople

Los medios ya no conocen a sus audiencias. Durante los últimos 20 años, la redefinición del sistema de medios de comunicación ha fraccionado no solo a los medios, sino a los grupos que consumen el contenido. Por eso vemos a muchos medios digitales que siguen copiando el lenguaje y los canales de la época en la que un puñado de periódicos y canales de TV se repartían a una audiencia que se informaba uniformemente. Y ese lenguaje y esas costumbres suelen llevárselas a las redes. Así, nos encontramos a plataformas con cientos de miles de seguidores que no tienen casi interacción. Todavía pretenden que en estas dinámicas basta con publicar el contenido en alguna parte para que sea consumido. Y eso ya no es así, ahora las audiencias han ido evolucionando a comunidades que conversan, y eso es algo que Sifrizuela entiende perfectamente bien. Creo que los medios tienen mucho que aprender de la forma como Sifrizuela maneja a su comunidad, de cómo dialoga con ella, la respeta, la labra, y la hace crecer. Es un trabajo constante que es sumamente difícil, y que sin duda le traerá grandes resultados (que ya se están viendo).

¡Larga vida a Sifrizuela!

Diego Arroyo Gil, autor de “La señora Imber” y “La sal de ayer” y columnista en Papel Literario y Runrunes

Supe de @sifrizuela por un chat de amigos en el que alguien compartió alguna ocurrencia suya. Al principio pensé que no era más que una sátira de la sifrinería venezolana, pero poco después me di cuenta de que también era otra cosa. Sobre todo gracias a sus artículos en El Estímulo, descubrí que detrás del fenómeno, digamos así, exclusivo de las redes sociales, había una cabeza que a la par que se divertía y que hacía que nos divirtiéramos nosotros, era capaz de reflexionar y de escribir largo y con ingenio sobre aspectos de nuestra vida nacional, que está llena por igual de coherencias y de incoherencias, como la de cualquier país.

Pasé unos meses tratando de averiguar sin éxito quién manejaba todo aquello, hasta que una amiga con vínculos sifrinos me dio el dato. Sorpresa: @sifrizuela era una persona a quien conozco, admiro y quiero mucho. De inmediato, cuando le dije que me había enterado, negó la información, pero a los días, en un gesto de condescendencia, publicó en sus stories una foto mía con Bárbara Palacios en Nueva York, aunque yo, me aclaró luego, no soy sifrino puesto que estudié en el Cristo Rey de Santa Mónica y no en el Jefferson o en el Cumbres, lo cual me invalida de plano… ¡con lo que me gusta a mí un sifrino! En fin, que me sigo riendo con sus publicaciones, y estoy esperando que @sifrizuela me brinde de vuelta un café como el que yo le brindé hace poco en Franca de Las Mercedes. ¡Qué intensidad, lo único que hizo esa mañana fue preguntarme sobre Sofía Imber!

Guillermo T. Aveledo, profesor de ciencias políticas en la Universidad Metropolitana y la Universidad Central e investigador de ideologías extremas

Mi relación con el «ser sifrino» es problemática. No me he considerado sifrino, y siempre sentí que muchos de los compañeros de colegio que habría identificado así en mi juventud, se habrían reído de una insinuación de ese tipo. O sea, no.

Soy un muchacho criado en el noreste -hoy ya casi el centro- de Caracas. Es decir, seguramente sifrino unas cuadras más allá, pero inevitablemente inadecuado en zonas donde vivían otros familiares. Hoy vivo -ha más de una década- en el sureste, y no termino de acostumbrarme del todo a este paisaje que te obliga, de vergel en vergel, a ir en tu cápsula de metal, fibra de vidrio y gasolina (antes) subsidiada.

Pero todos los deliveries llegan.

Solo he ido una vez a Disney y eso después de haber estado en casi toda Venezuela. Estudié en un colegio católico tradicionalísimo que no tenía grupo de gaitas sino banda marcial. Nunca he pertenecido a un club caraqueño. No conozco de marcas. No he sido padrino de matrimonios. No me gusta Starbucks. Pero a la vez, tengo un ceibó y una poltrona danesa, me gusta ir a las ferias de las damas diplomáticas, llamo a mi hija con diminutivos imposibles, y en casa nos podemos lanzar bon mots en varios idiomas, without breaking a sweat. ¿Podría ser que…?

Desciendo sin desvío de apellidos godos, de esos que se consiguen en listas electorales de 1830, y en los títulos coloniales de la Universidad de Caracas. Tengo en mi pasado y más allá una lista de servidores públicos, nombres en bronce y placas de mármol. Eso tiene una implicación: uno viene de quienes «han sido».

Ese es el detalle: mis padres y abuelos se alarmarían de pensar que uno es lo mismo que un «patiquín», un «petimetre» o un «dandi»: todos merecemos el mismo trato, me reñirían gravemente. Y superficialmente, yo pensaría que la presunción de superioridad era sifrinidad, pero no es exactamente eso. Es también el reconocer los viejos privilegios que se asumían distraídamente y, mientras haya nostalgia por lo que eso alguna vez significó, hacerse responsable del país del futuro. Es el mantuano, y el godo; es el conservador y son las «fuerzas vivas»…

«Abajo Cadenas», gritaba el sifrino, como dice nuestro policlasista Himno, bien sûr.

Vaya petulancia.

Por eso es que me gusta todo lo que escribe la República Caurimarera de Sifrizuela. Porque entre toda la tierna nostalgia, hay un aire de sátira contra esa misma actitud, que sirve para ubicarse y recalibrar la propia importancia en un país que debe mejorar, pero que no debe volver a ser igual. Never send to know for whom the meme tolls, chamo; it tolls for thee.

Aglaia Berlutti, autora de “Bruja Urbana” y articulista en El Huffington Post y El Estímulo

Venezuela es un país complicado de entender: entre la distorsión política, el miedo a la censura y el conservadurismo puro y duro, opinar se ha vuelto un ejercicio de riesgo, una percepción complicada sobre una identidad incompleta. Sifrizuela mira todos los fragmentos de ese país a medio construir desde una distancia conveniente: tan cerca como para burlarse, tan a la distancia como para reflexionar sobre sus consecuencias; con su forma de resumir la cultura pop del país, de reflexionar sobre los símbolos y nuestro sustrato como colectivo. En fin, un recorrido por esa cultura al margen que es tan importante y pasa desapercibida.

Por ello, en un país en el que decir la verdad es un riesgo, Sifrizuela los corre todos y además, lo hace en zapatos de marca, con una sonrisa maliciosa y el anuncio de un secreto. Todo al mismo precio de la sátira construida a la medida del venezolano actual.

Tomás Straka, historiador y autor de “La república fragmentada”

La sonrisa es la respuesta inmediata a lo que de otra manera requeriría una gran explicación. Nunca se conoce realmente a una sociedad hasta que no se es capaz de entender sus chistes. El humor -ese «látigo con cascabeles en la punta», del que habló José Martí- logra concentrar en una imagen, en una historia de un par de minutos, en un juego de palabras, el universo de una situación.

En el futuro se podrán hacer exámenes de historia con Sifrizuela: sólo quien entienda sus posts, sabrá realmente cómo estamos viviendo en esta hora al país. Y eso porque sus administradores son de los mejores equipos que existen para captar nuestra naturaleza y reflejarnos tal cual somos, gústenos o no.

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